Carlos Arce Macías
Uno de los grandes estadistas registrados por la historia, fue Winston Churchill. Es identificado como uno de los grandes políticos del siglo XX, por convocar a su pueblo a luchar contra el nazismo que se esparcía por Europa, y para ello les prometía unas cuantas cosas: sangre, sudor y lágrimas.
Los estadistas trascendentes, desde Grecia, Roma, los diversos imperios, han sabido convocar a sus pueblos a luchar, a organizarse y a contribuir a la grandeza de su nación. La ciudadanía se construye a partir de la convocatoria al esfuerzo común, a la contribución desinteresada por la mejora de la comunidad. Requiere dejar a un lado el beneficio personal, para sumarse a la energía social y lograr un desarrollo más equilibrado y justo para todos.
Se trata de confrontar esa lucha interna del ser humano, entre egoísmo y generosidad. Los estadistas, incentivan a los ciudadanos a ser generosos, con el fin de conformar sociedades mas organizadas y potentes, relegando el egoísmo como opción secundaria en la toma de decisiones. Así se explica, en esos entornos sociales, la solidaridad comunal y el combate a la corrupción. Esta no es otra cosa, mas que la decisión egoísta, de poner por delante el interés personalísimo e ilegal, en detrimento de toda la comunidad.
No obstante toda la narrativa histórica que nos enseña los diversos caminos para formar una sociedad más justa y colaborativa, los partidos políticos mexicanos, muchos politólogos, así como la comentocracia, se han embobado por un maquiavelismo tercermundista, que se justifica como “natural a la política” y se asume como condición para ser exitoso en ella. De esta manera se ha sublimado al político traidor, egoísta y ambicioso, como el referente del éxito, contribuyendo de esta manera a la formación de una joven clase política más depredadora que la que le antecedió.
El mejor ejemplo, lo vemos en la formación del sistema de partidos políticos acartelados, como se describen en el interesante estudio de los politólogos de Oxford y John Hopkins University, Peter Mair y Richard Katz, en “Organización Partidaria, Democracia Partidaria y la Emergencia del Partido Cártel” (Googleénlo). Siguiendo este texto académico escrito en l995, se corrobora el fenómeno mexicano. Partidos que no requieren de ciudadanía, porque los votos se compran, se condicionan o se logran por el temor; todo esto gracias a una exaltada mercadotecnia y a los recientes sistemas de Big Data, en dónde a través del análisis en las redes sociales, se puede capturar a los votantes, de la misma forma como se les condiciona a comprar un Smartphone, un producto milagro o una golosina cargada de azúcar.
Esto lo permite el dinero, grandes cantidades de recursos ilegales, obtenidas de los mismos presupuestos públicos, con total descaro, y con base en el pacto de impunidad existente entre todas las fuerzas políticas… todas.
Así las promesas de campaña en los comicios de Nayarit, Coahuila, Estado de México y Veracruz, solo aluden a compromisos para entregar beneficios a los ciudadanos. No hay acciones de concientización, no hay convocatoria al esfuerzo, nunca reclamos a la inacción ciudadana por permitir tanta corrupción o invitación a alcanzar un ideal.
Prometer, prometer, prometer, dar, dar, dar; ha sido desde hace tiempo el eje de las campañas de todos los partidos. Es en resumen, una acción generalizada de compra y obtención de votos, a través de dádivas de toda clase: tarjetas bancarias, despensas, láminas, excusados, tinacos, camisetas, delantales, cachuchas, cemento, varilla, transporte público gratuito, etc..
Analicemos los actos de campaña. Son circos itinerantes, que convocan a las masas, porque presentan un variado menú de espectáculos: box, lucha libre, conciertos y baile. Los ciudadanos no van a oír a los candidatos, van a divertirse con el programa de esparcimiento que les proponen los partidos políticos, a condición de soportar unos cuantos discursos aburridísimos. Luego, la distribución de tortas, jugos y refrescos. Probablemente habrá también sorteos de electrodomésticos y rifas de viajes. Para el votante, entregar la credencial para sufragar, o sus datos para aparecer en una lista de compra de voto, no resulta un mal negocio.
Con estas desvergonzadas conductas se está destruyendo, a velocidad del rayo, el poquísimo avance en construcción de ciudadanía que presenta nuestro país. No hay concientización, no hay crítica seria y fundamentada, no hay ideales en juego, no hay sustentación democrática, no hay convocatoria a la educación cívica, solo promesas y dádivas al por mayor: chucherías, frijol, aceite y galletas de animalitos. Ciudadanos maiceados, inconscientes, sin amor a su patria. Así no se construye un país. Por eso, el precipicio está tan cerca.
Agregó a este excelente artículo, que los partidos en su rol legislativo, han creado un sistema de franquicias con enormes barreras de entrada que dificultan al extremo el ingreso de nuevos partidos y que prosperen las iniciativas ciudadanas. Desde un punto de vista del factor humano, nuestro sistema de partidos es un pobre iman de atracción de talento. La mediocridad campea a sus anchas al amparo de una ausencia total de convicciones políticas. Mutan como camaleones cuando su perruno olfato les indica dónde está el poder y el dinero