Carlos Arce Macías
El antiguo pueblo de Chamacuero, ubicado entre San Miguel de Allende y Celaya, fue renombrado Comonfort, en recuerdo del presidente y general Don Ignacio Comonfort, quien fue herido mortalmente en ese lugar, durante un enfrentamiento con fuerzas leales al Imperio en 1863.
Ya muy cerca de terminar el miércoles de esta semana, recibí la llamada de un entrañable amigo que me convocaba a partir, a temprana hora, rumbo a la ciudad de Comonfort. El objetivo del viaje sería vacunarnos contra el mortal COVID, ya que, según su información, en ese lugar había suficientes vacunas y se estaba inoculando a personas provenientes de otros lugares.
Así iniciamos la odisea el grupo compuesto por mi amigo, que carga a cuestas más de siete décadas, mi suegro, que lleva con dignidad sus 85 años y yo que he rebasado por un lustro la frontera de la vacunación para adultos mayores. Antes de las siete de la mañana del jueves 18 de febrero arribamos al Hospital Comunitario de Comonfort, y en un barbecho vecino al nosocomio, ya había una larga fila de personas, en busca de su inmunización. Decidimos apearnos del auto y ver que sucedía, ya que solo existía la alargada fila. Y allí aguantamos bajo el penetrante frío, hasta que el sol comenzó a calentarnos poco a poco.

Después de las nueve de la mañana la fila empezó a avanzar con gran celeridad. Acabamos todos ubicados frente a la entrada del hospital, ordenados en tres filas por el personal de la Secretaría de Salud del estado. La primera fila correspondía a las personas de Comonfort con registro en la plataforma nacional de vacunación. La segunda, también para los moradores del lugar, pero que carecían de registro; y la tercera para los foráneos que arribamos procedentes de diversos puntos de la entidad.
La persona a cargo de la organización de la multitud de próceres de la tercera edad, que nos convocamos en ese sitio, nos advirtió , que los “foráneos” seríamos vacunados hasta que hubieran terminado con las personas de Comonfort, alineadas en las otras dos filas. Así empezó, a partir de las diez de la mañana una lenta espera, bajo los rayos de un abrazador sol invernal. La medida de darle prioridad a los originarios de la localidad garantizó que estos no fueran desplazados por los aventureros, como nosotros, provenientes de otras localidades.
La vacuna es un derecho humano y no debe de ser negada a nadie. Desde que fuimos alineados se nos informó que habían llegado diez mil vacunas a ese lugar y que había una dotación suficiente para que todos fuéramos inyectados. Durante las cuatro horas de espera, solo para lograr llegar a la puerta del hospital, pudimos apreciar que gran parte de la muchedumbre eran acompañantes de abuelos, padres y parientes que requerían cuidados. Convivimos con personas en silla de rueda, y otros sostenidos por bastón y andaderas. Coincidimos también con grupos de americanos procedentes de San Miguel, otros de Celaya y algunos de León. En la fila igual se cohabitaba con ricos y pobres, todos pacientes, guardando el orden y sin agandallar lugares. El personal gubernamental siempre fue amable y atento, y brindó información oportuna, como la de la imposibilidad de vacunarse si habíamos sido vacunados recientemente contra la influenza.

Hacia las dos de la tarde ¡por fin llegamos a la entrada del hospital! Fue como alcanzar las puertas del paraíso. Los habitantes de Comonfort ya habían sido vacunados en su totalidad. Las modernas instalaciones de la clínica estaban perfectamente bien cuidadas. Fuimos conducidos a unas carpas, en donde ya había sillas, para tomarnos el número de INE y referencias de nuestros estados de salud.
Luego de otra espera, fuimos introducidos al hospital y formados en filas de veinte en veinte. Dentro se encontraba personal de los denominados “Siervos de la Nación” y del ejército, tomando datos de los certificados de vacunación. A mi no me pidieron nada. Uno a uno fuimos pasando a un consultorio, en donde una enfermera, nos esperaba con la jeringa en ristre para inocularnos. Me enseñaron el frasquito de mi vacuna, Astra-Zéneca; me dieron instrucciones sobre las reacciones que pudieran presentarse y luego fui despachado a una área para permanecer allí durante treinta minutos en observación.

Reflexiones bajo el rayo del sol: finalmente, terminamos el trámite, después de ocho horas de espera. No deja de ser crítico, que, a personas de la tercera edad, unos por sus muchos años a cuestas y otros por los diversos padecimientos que los aquejan, sean expuestos a tan larga espera. Parte de mi trabajo durante estos años ha consistido en implementar proyectos para la digitalización de trámites gubernamentales y la mejora de sus procedimientos. Lo digo con total conocimiento y experiencia en el tema: no hay razón para que, con los adelantos que existen, tenga que obligarse a los ciudadanos a permanecer formados en largas filas, a pleno rayo del sol, y menos aún a ancianos y enfermos. Esto lesiona su dignidad y convierte una opción de esperanza, en un drama humano innecesario. Un sistema inteligente de gestión, puede discriminar y priorizar la atención, por condición médica, edad y necesidad de cuidados, estableciendo horarios y preferencias.
Prueba ingrata y dolorosa para muchos, inadecuada para todos. Una experiencia humana que se debe documentar para ser conocida y estudiada. Las largas horas de cola, dan pie a meditar sobre nuestra circunstancia. Considero que no debemos de subordinarnos a vivir bajo un régimen de racionamiento y escases, cuyo síntoma son las largas y tediosas filas. Comenzamos este sexenio haciendo hilera para surtir gasolina, también para los medicamentos oncológicos, para transportarse en el metro, para conseguir medicinas para enfermedades crónicas, ahora para tener gas. Lo más grave es la urgencia para vacunarse y paliar los riesgos de fallecimiento. Las colas son propias de un socialismo estalinista fracasado, así como de pésimos gobiernos. No debemos permitirlas. No son un procedimiento democratizador, sino un instrumento que despoja de la dignidad a las personas. Y más cuando se clama por una vacuna que nos garantice no morir intubados y aislados en la zona COVID de un hospital.

Los mexicanos hemos luchado por nuestra libertad. No debemos tolerar este falso sistema, que predica la vacunación como dádiva gubernamental. Es obligación del Estado mexicano inocularnos. Solo llegaron a Guanajuato 41,000 vacunas. En Comonfort, sobraban. Aún no se sabe cuando llegará un nuevo suministro y donde se aplicará. Ojalá que, en el futuro, el trámite de vacunación sea expedito. Que no tarde ocho horas.
