ESPERO EQUIVOCARME

Carlos Arce Macías

En abril de 2017 escribí mi columna dominical que titulé “2018 y el Ejemplo Venezolano”, en la cual preveía la llegada de López Obrador, si no se tomaban medidas radicales para evitar su arribo. Ahora a solo unas horas de la elección, las encuestas lo marcan como favorito para ganar la presidencia.

El camino que ha seguido el sistema de partidos en México, parece una copia fiel, del deterioro que se dio en Venezuela, y eso es lo que más preocupa, porque podríamos acabar, de cumplirse el presagio,  sin oposiciones articuladas, que acoten un gobierno autoritario. Reproduzco para su comprensión, aquél editorial:

“La izquierda latinoamericana, de acuerdo con los estudios recientemente realizados (Hugo Pipitone, La Esperanza y el Delirio), se conformó con las peores ideas pizcadas entre las corrientes más extravagantes del socialismo. Destaca sobre todo el estalinismo, y sus fieles seguidores, los castristas. Estas izquierdas, entre ellas gran parte de la mexicana, han intentado imitar, hasta el delirio, al comandante tropical, y sobre todo el férreo dominio ejercido sobre el pueblo cubano. Se trata de un izquierdismo que se hace seductor, solo como respuesta a la soberbia norteamericana y a su constante deseo de regir sobre toda la región, a cualquier costo, aliados, incluso, a las peores causas.

Octavio Paz, denominaba a esta clase de izquierda “el helado paraíso policiaco”, y el canadiense Saul Bellow, también Premio Nobel de literatura, calificó al izquierdismo radical como la “comunidad penitenciaria”. Esta casta de políticos, son alérgicos a los procesos democráticos; se asumen como justicieros, que de llegar al poder, reivindican el derecho de premiar o castigar a aquéllos que su personal juicio decida. Activan la guillotina política a contentillo.

Otra de sus características, es que desde el poder reforman la constitución vigente, para continuar en el cargo por varios períodos, con el fin de continuar imponiendo su justiciero camino. Aparte, intentan conducir la economía a punta de necios voluntarismos y ocurrencias, provocando un deterioro, profundo y continuo. Algunos han asentado su poderío en la formación de violentos grupos porriles, para amedrentar a cualquier organización opositora. Un puñado de países de América del Sur, han sufrido estos procesos.

El caso más estridente de este fenómeno, ha sido Venezuela. El país se ha venido a pique de una forma estrepitosa, y la izquierda chavista ha ido degradándose, en conjunto con los militares, al punto de amenazar así a la oposición: “Se nos irá la vida, pero antes se les van las vidas a los traidores que traicionan la patria de Bolivar y Chávez”, Diosdado Cabello, jefe militar bolivariano. La amenaza está pues, cernida sobre todo aquél que ose oponerse al proyecto de Nicolás Maduro y su control sobre el país.

Y es que ese izquierdismo tropical, es mesiánico; y por lo tanto repele cualquier tipo de matiz democrático. Es esencialmente unipersonal y autoritario. La más reciente locura ha sido desaparecer la Asamblea Nacional. Es muy molesto tener oposición y escuchar voces disidentes. ¡Al diablo!

Ante estas circunstancias, conviene estar muy atentos a los programas y temperamento del más adelantado de nuestros candidatos a presidente de la república para el año 2018, ya que ha dejado en claro, que la democracia no es su mayor interés.

Nos preocupa por eso, la similitud del caso de Venezuela con México. La patria de Bolivar, venía desde los mediados del siglo XX, funcionando dentro de un sistema democrático, cimentado en un sólido bipartidismo; convenido en el acuerdo llamado de Punto Fijo, en donde los partidos Acción Democrática (AD) y Comité de Organización Política Independiente (COPEI), se convirtieron en los protagonistas de la vida política venezolana, con dirigentes como Rómulo Betancourt, Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera, Luis Herrera Campis y Arístides Calvani, entre otros. Pero para principios del siglo XXI, el ambiente se tornaba muy difícil para la democracia del país. La corrupción había sentado sus reales entre la clase política, y todos los partidos aparecían tocados por ese mal. Los ciudadanos estaban hartos. Se identificaban delitos, pero nunca había culpables. Fueron cuarenta años de un sistema político rentista, en el que los beneficios se repartían entre connotados empresarios y los politicastros, en tanto las cargas negativas eran asumidas por el pueblo, en una economía en declive acelerado, y sin futuro a la vista.

Para 1998, el Polo Patriótico, una naciente agrupación, liderada por un militar golpista, Hugo Chávez; ganaba la elección, con lo votos de ciudadanos hastiados de los corruptos y desesperados por encontrar, en “algo diferente”, la salida a las continuas crisis y sobre endeudamientos que se padecían. Así pasaron de lo malo a lo peor, al entregarse a las manos del chavismo. Hoy no hay medicinas, ni papel sanitario en el país; tampoco democracia.

Los tradicionales partidos políticos, como el socialdemócrata AD ó el democristiano COPEI, son solo una pálida sombra de lo que fueron en el siglo XX. Hoy AD, suma el 7% de los votos, en tanto COPEI captó solo el 5%. La enseñanza histórica consiste en que el hartazgo popular puede destruir todo un sistema político a causa de la corrupción, pero que el ánimo democrático, corre también el riesgo de ser suplantado por un autoritarismo mesiánico, que resulte mucho peor.

La política basada en el rentismo, en la economía de compadres, es la base de la corrupción, que nos corroe, ¡sépanlo! Por eso acaba agraviando a todos. Una definición de política pública que propicie una economía funcional, requiere de accesos abiertos, para todos, a los mercados y un fomento apasionado de la competencia. Eso nunca pasó en Venezuela, la economía se desmoronó y Chávez se les apareció.

En México, a diferencia de Venezuela, se establecieron zonas competitivas en su economía, gracias al Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), esto ha permitido que ciertas áreas funcionen bien; mientras que el rentismo y la protección de intereses ha prevalecido en todo lo demás, sustentando la corrupción galopante que nos lacera, profundizando la desigualdad. Estas son las condiciones que debemos de cambiar a fin de compartir los beneficios que genera el país, con todos sus habitantes. Por eso el objetivo del buen gobierno es diversificar y no concentrar la economía en unas cuantas manos. Se deben de combatir este tipo de concentraciones de negocios y abrirlos a la competencia. Ojalá lo entiendan los gobernantes mexicanos, y dejen de diseñar negocios desde el gobierno, para repartirlos entre ellos y sus cuates. Si no lo hacen, se nos va aparecer nuestro Chávez, no lo duden.”

Espero equivocarme, de verdad.

Twitter: @carce55

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