Carlos Arce Macías
Se comienza a ver luz al final del túnel. Se trata de una paradoja, para un país con gobierno populista, que ha intentado minar por todas las formas posibles, las capacidades científicas que posee. En el siglo XXI, es la ciencia la que acude a través de consorcios privados, grupos científicos universitarios e intercambio de conocimiento a escala mundial, a proporcionarnos una opción viable para vencer al terrible virus que ha pasmado a la civilización entera. Ya tenemos diversas vacunas que nos inmunizarán contra el COVID-19.

La ciencia a nivel universal ha triunfado sobre los nacionalismos domésticos, las creencias religiosas y las ideologías esotéricas que se han incrustado en la mente de grandes conglomerados humanos, que apuestan por encontrar una salida mesiánica a todos los problemas que les acosan. Revelan su ignorancia y desapego a la realidad. Los milagros no existen.
Pero ya teniendo las vacunas, el reto dista mucho de haberse resuelto. Toca ahora, de forma especial a los gobiernos, resolver la cauda de problemas que plantea la vacunación de millones de personas. Se trata de la implementación de una logística sofisticada a fin de que se logre la inmunización sin que la vacuna pierda efectividad, por los requerimientos de baja temperatura a la que debe de conservarse. De esta manera, la inoculación no irá a la gente, sino que la gente debe de ser transportada al sitio en donde se encuentre refrigerado el medicamento.
En el caso de los Estados Unidos, la información que se ha dado, equipara el plan de vacunación, con los trabajos de preparación para llevar a cabo, en el llamado Día D, el desembarco en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, que conduciría a la derrota de Hitler. Esperamos que el referente sea de alguien mal informado, pues de acuerdo a la gran obra de Antony Beevor de 2009, esta acción bélica fue un desastre logístico, que descargó soldados, vehículos de guerra y suministro a tal velocidad, que ocasionó que a los pocos días, todos los caminos estuvieran saturados, y el ejército inmovilizado. Los tanques se congestionaron dentro del bocage (pequeñas áreas agrícolas rodeadas de setos y árboles) de las tierras francesas. Fue una mala planeación de tiempos y movimientos, que costó 100,000 muertes entre los ejércitos aliados.

Quizás para los mexicanos ese número de fallecimientos resulte insípido, acostumbrados a darle tan poco valor a la vida de los demás, como lo revelan las cifras diarias expuestas por el gobierno. Pero el caso es que , si la vacunación no se organiza correctamente, el número de decesos continuará en aumento. Es una responsabilidad de dimensiones genocidas, no llevarla a cabo bajo una estricta planificación.
Por lo pronto el negligente gobierno federal, que ha minado irresponsablemente su sistema de salud, piensa que con la colaboración del ejército podrá cumplir a cabalidad con esa ardua misión. Va a necesitar la participación de servicios particulares y de las áreas de salud de los estados. Se trata de dotar de alta eficiencia a una acción, en la que va implícito el riesgo de muerte para las personas.
Por como se advierte la cuestión, bien haría el gobierno de Guanajuato en prepararse para enfrentar este gran reto, mediante la implementación de una plataforma tecnológica que le permita agendar y ordenar las citas, organizar la transportación, vacunar, monitorear y programar la segunda dosis automáticamente. Eso sería ponerse por delante del problema y no esperar a que le explote en las manos.
Si Guanajuato cree que con el arcaico sistema que utiliza para reemplacar autos pudiera enfrentar la delicada faena que puede tener en el futuro próximo, se equivoca. Necesita tecnologías más modernas. Ojalá sean previsores y ya se preparen. La negligencia federal es contagiosa.
