OMERTÀ
Carlos Arce Macías
A mediado de los años setenta del pasado siglo – la referencia suena lejanísima-, tuve oportunidad de vagabundear por Europa, recalando en Roma para visitar a un querido amigo, que en aquélla época estudiaba su doctorado en criminología en esa ciudad. Luego de ser guiado por todo sitio de interés romano, abrumado por la exuberancia de su conocimiento, mi anfitrión me dijo:
– Ahora es necesario que conozcas Sicilia. Vayamos éste fin de semana.
Yo le contesté con cierto temor:
– Oye, pero ahí esta la mafia, puede ser muy peligroso.
Mi amigo replicó entonces:
-¡No hay peligro! Yo ya fui. Te encantará, la mafia ni al caso.
Así emprendimos el trayecto entre Roma y Palermo. Antes de la madrugada nos encontrábamos navegando el estrecho de Messina, y ya clareando, el tren entró a la Estación Central de Palermo. Salimos del centro ferroviario a la plaza Julio César, y precisamente a un lado de la estación había varias patrullas estacionadas con sus torretas encendidas. Alrededor había algunos curiosos, a los cuales nos unimos. Sobre el suelo se encontraba el cadáver de un hombre, con limones en los ojos y boca.
– Es la mafia – comento mi amigo criminólogo –. Éste sujeto violó el Código de Silencio, la Omertà, por eso fue asesinado. Ese es el símbolo de los limones.
Así comenzó nuestro viaje por Sicilia, que por cierto fue maravilloso.
Éste código del silencio entre los “mafiosi”, obliga a todos los involucrados en la delincuencia a no denunciar ante las autoridades ningún tipo de actividad, incluso de los clanes rivales. El rajón se muere. La etimología proviene del castellano “hombredad” –Sicilia fue parte del Imperio español-, y de ahí se fue corrompiendo el término, mezclado con el complicado dialecto siciliano, hasta acabar en omertà.
Gracias a éste pacto, de machos, de lealtad a toda prueba dentro de la hermandad delincuencial, la mafia no pudo ser evidenciada por las autoridades, hasta 1963, cuando Joe Valachi, un gánster neoyorquino, testificó ante una comisión del Congreso de los Estados Unidos y reconoció la existencia de la organización y la proliferación de sus tentáculos.
Así funciona el crimen organizado. Su primera regla es el silencio, que nadie hable, que nadie denuncie, todos calladitos.
Y cuando se organizan actividades ilegales, como la sobrevaluación de obras públicas por parte de los constructores, así como el “moche”, entregado a los funcionarios involucrados en la dolosa acción, lo primero que se establece es la omertà. Eso explica el silencio de todos ante la más leve mención de la actividad delictiva. Pero más fuerte aprieta el bozal, cuando aparece el escándalo periodístico y éste es evidenciado con grabaciones. El callejón sombrío de la corrupción se ilumina, pero todo continúa en absoluto silencio.
Y hay que decirlo, la industria constructora, esta sumergida en la omertà. Dentro del gremio todos saben, que si realizan obra pública, deben de inflar costos, sobre cotizar y distribuir ganancias con los asignadores del trabajo. Antes se llamaba “diezmo”, ahora “moche”, que sabemos puede escalar , incluso, al 35% del costo.
Esta acción corruptiva de una de las industrias más poderosas para distribuir beneficios entre las clases más vulnerables, por el uso intenso de mano de obra poco calificada, es una de las perversidades más lastimosa para la economía del país. Al mismo tiempo, se limitan las obras, lo que impacta en empleos, y los dineros públicos se privatizan en beneficio de unos cuantos vivales; pero lo peor, se contribuye a denigrar a la persona humana, convirtiéndola en parte de un juego corrupto y degradante para muchos profesionales de la arquitectura y de la ingeniería. Los convierte en malos ciudadanos y en pésimos mexicanos. Es tiempo de romper la omertà.