EL REINO DE GUANAJUATO
Carlos Arce Macías
“La fuerza dominante en nuestra sociedad es la estupidez organizada”.
Rob Riemen (filósofo holandés)
No nos hagamos tontos, somos un reino. Los partidos políticos y el gobernador destruyeron lo poco que quedaba del sistema democrático republicano. Los últimos dos sexenios han machacado los residuos democráticos, y la ciudadanía guanajuatense, amodorrada, permitió que los gobernadores fueran imponiéndose poco a poco, sobre los demás poderes hasta lograr un gobierno unipersonal.
Los jueces y magistrados se dejaron manipular por los propósitos del soberano dictados desde el Paseo de la Presa. A su antojo ubicó magistrados a modo, ante el poco temple de los juzgadores para enfrentar la embestida del Ejecutivo. A los miembros del Judicial les han temblado las corvas para poner un alto a las imposiciones que el gobernador decreta, rematando el deterioro institucional, con la ignominiosa decisión de nombrar como presidente a la recomendada de su compadre. Vergüenza para un Poder, cada día más alejado de su independencia. Ni siquiera al gobernador le interesa o mortifica su destino, sino que será el amigo incondicional quién lo manejará a trasmano. Oprobio.
El Legislativo, que inaugura la posibilidad de reelección, tiene que pasar por la criba de los partidos políticos. En el PAN, el dedo gobernante decide quién va y quién se queda. La democracia quebrantada para el nombramiento de los diputados, solo soporta a los leales e incondicionales, sujetos a la línea del Ejecutivo. Ni a monarquía parlamentaria llegamos, nos hemos estacionado en el absolutismo más anacrónico. Algunos legisladores intentan desesperadamente lavar cara, trabajando con dedicación en sus comisiones, pero son incapaces de plantarse frente a la primera ministra del reino y decirle “no” a sus instrucciones implacables. Nos quedamos sin equilibrios, la república se esfumó, es la voluntad de Su Majestad la que prevalece.
El sistema de partidos se ha transformado en un cártel de organizaciones políticas que pactan caricaturescos juegos electorales, que montan la pantomima de una “intensa vida democrática”. Sigan la ruta de la elección de Guanajuato Capital, y verán, una vez más, la simulación de un proceso acordado entre la torva oligarquía pueblerina, para entregar el mando a quién pueda garantizarles el pacto de impunidad, que requieren para continuar expoliando los exiguos recursos de la capital del estado. Pero el modelo se repite en muchos puntos de la geografía estatal. Casi con precisión milimétrica, el monarca ya sabe que posiciones se ganarán y cuáles otras se concederán a la domesticada “oposición”.
Su propio partido político, de donde procede el soberano, ha sido intervenido a fondo. El dictatum real ha dispuesto nombres y prelaciones para integrar las listas de senadores, diputados federales, locales, alcaldes, síndicos y regidores. Todos, convertidos en una alegre planilla de incondicionales del Rey, que se transformarán en sus alfiles en el Congreso Federal, para “bajar” recursos. Al cabo de eso se trata hoy en día la política. Olvidémonos de la exigencia de rendición de cuentas, de cambios legislativos importantes, del perfeccionamiento del sistema anticorrupción, de controlar el gasto del Ejecutivo con presupuestos que eviten la discrecionalidad. Eso no. Los legisladores pertenecen al soberano, él intercambiará su voto en los temas de interés nacional, a cambio de algún apoyo o de recursos para una “magna obra”, que asegure en la memoria de los siervos el recuerdo del magnificente monarca.
El recuento desemboca en el nombramiento de su Delfín. Este será un joven político, designado para asumir los controles totalitarios del estado y proteger las espaldas del monarca saliente. Porque la monarquía guanajuatense, como muchas otras establecidas en México, requiere de la extracción de rentas públicas para soportar la organización de una campaña electoral que garantice el triunfo electoral y una larga permanencia en el poder. Y siendo así las cosas, más vale apelar al compromiso de confianza absoluta y total incondicionalidad, para evitar las consecuencias de una peligrosa persecución judicial. El delfinazgo sella el pacto de impunidad con la monarquía saliente. Los vasallos lo saben pero no lo dicen… prefieren callar.
Generalmente las monarquías caen de manera violenta por medio de revoluciones. Generar una evolución interna hacia la reinstauración de un gobierno republicano, sería una audacia poco convencional, que necesitaría una profunda reforma político electoral a nivel estatal y local. Se tendría que comenzar con el establecimiento de elecciones primarias obligatorias a los partidos políticos, para postular miembros de ayuntamientos, diputados y gobernador. Hay que prohibir la designación directa, como ahora ha sucedido, y en el caso de las posiciones plurinominales establecer el sistema de listas abiertas para que los ciudadanos obtengan la libertad de votar por diferentes candidatos.
En una República de verdad, el Ejecutivo debe de sentirse siempre vigilado, tanto por el Congreso, como desde una Fiscalía General autónoma, conducida por un personaje con suficiente señorío y catadura ética, que no dude en perseguir a un gobernador deshonesto.
La autonomía también debe tocar al órgano de control del Ejecutivo, para convertirse en un ente independiente que continuamente audite y verifique el cumplimiento de la normatividad que rige la actuación de la gubernatura, especialmente en el ámbito de las contrataciones públicas: adquisiciones y obra pública. Hoy lo sabemos, por medio de empresas fantasma, desde esa zona opera la red de corrupción.
La integración del Poder Judicial debe de oxigenarse e impedir la influencia del Gobernador del estado. La inclusión en el Consejo del Poder Judicial de ciudadanos que cumplan ciertos requisitos académicos, y que impidan la excesiva endogamia judicial, puede ser una buena fórmula para imbuir de una renovada inspiración libertaria en su Poder, a los alicaídos miembros del Judicial.
Apunto solo la operación inicial que debería comenzar por sentar las bases de un ambiente republicano renacido y fuerte. Pero nada de esto se podrá siquiera iniciar, si la ciudadanía no manifiesta su exasperación e incomodidad con la situación política actual de nuestro estado. Los ciudadanos son los que debemos acotar, condicionar e imponer nuestro interés sobre una clase política, que cree que el gobierno está escriturado a su nombre, y que pase lo que pase, seguirán imponiendo su voluntad, privilegios e intereses a los guanajuatenses.
Sin organización ciudadana militante, el Reino de Guanajuato continuará “per secula seculorum”.
@carce55