LOS CHICOS DE HACIENDA

Carlos Arce Macías

Corrían lo primeros años del siglo XXI, cuando un viejo conocido de las intensas batallas por la democracia en México, que culminaron con el derrocamiento del PRI como partido gobernante, me decía:

-Ahora me doy cuenta, que en este nuevo gobierno, la Secretaría de Hacienda no es del PAN.

-Muy perspicaz tu observación-, le dije.

-No te burles, porque también observo, que tampoco es del PRI. Eso me ha sorprendido. Hacienda es de los hacendarios, son una casta dorada dentro del gobierno.

Retomo esa conversación de hace quince años, ante el gravísimo conflicto que se ha desatado entre el gobierno de Chihuahua y la Secretaría de Hacienda, lesionando hondamente el pacto federal. Vale la pena repasar la historia reciente de la SHCP, para tratar de entender los sucesos que hoy preocupan.

Desde la época postrevolucionaria (1925), Hacienda se consolidó como un ente profesional, bajo la dirección del ingeniero, convertido en experto financiero, Alberto J. Pani, apoyado por un joven subsecretario: Manuel Gómez Morín. Durante la gestión presidencial de Plutarco Elías Calles y luego la de Abelardo Rodríguez, se fundaron el Banco de México, el de Crédito Agrícola y el Hipotecario Urbano y de Obras Públicas (BANOBRAS). Desde esa zona gubernamental, se consolidó un grupo de técnicos, que contribuyeron con sus conocimientos al buen gobierno hacendario y financiero. Todo basado en el más gomezmoriniano pensamiento, consistente en intentar unir la técnica y la política, en busca del progreso del país.

Hacienda continuó su camino a la profesionalización de sus cuadros, gracias a los periodos de estabilidad en el cargo de dos de sus secretarios, como en el caso de Eduardo Suárez Aránzolo de 1935 a 1946, y posteriormente con la histórica gestión de Antonio Ortíz Mena (1958 a 1970),  durante el periodo denominado “Desarrollo Estabilizador”, que condujo al país a una certidumbre económica nunca antes conocida.

Durante estos períodos, la Secretaría de Hacienda se nutrió, esencialmente, de profesionistas egresados de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con formación jurídica y bancaria. Pero ya en 1946, el silaoense Raúl Bailleres había hecho realidad su sueño de fundar un nuevo centro de educación superior, bautizado como Instituto Tecnológico de México, convertido en autónomo, a partir de 1963, bajo el acrónimo de ITAM. Su primer carrera que ofreció, fue la de Economía, y ahí se comenzaron a acrisolar los conocimientos curriculares de diversos funcionarios del sector hacendario.

Mientras tanto, los juristas originarios de la UNAM, a cargo de la conducción económica del país, comenzaron a mostrar una desbocada fiebre por el gasto público y el endeudamiento, que desembocó en la funesta frase del ex secretario de Hacienda y luego Presidente de la República, José López Portillo que exclamó, para espanto de inversionistas y empresarios: “a partir de ahora, la política económica se decide en Los Pinos”. ¡Kaput! Entre su amigo de juventud, Luis Echeverría y él, hicieron trizas la economía de México. Quedaba claro, a partir de las dramáticas devaluaciones de esa época, que el país requería un cambio en la conducción de la economía, que debía ser liderado por un nuevo equipo mejor preparado, más capaz y con fuertes relaciones globales.

El arribo de Carlos Salinas de Gortari a la presidencia, marcó ese cambio. El perfil de los funcionarios varió, luego de los desatinos de los abogados realizando  funciones económicas. Por fin, un economista egresado de Harvard, llegaba al timón de la nación; y con él, una nueva camada de funcionarios preparada esencialmente por el ITAM. Descollaba sobre todo el joven y dinámico secretario de Hacienda Pedro Aspe Armella, doctorado en economía por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Aspe se convirtió, desde el seno del ITAM, en el oráculo de la nueva estirpe del funcionariato hacendario, proveniente de la licenciatura itamita, y doctorados en universidades americanas como Harvard, Yale, Chicago, Stanford y MIT. La técnica y rigurosidad científica aprendida por los jóvenes doctorantes egresados del ITAM, conduciría al país hacia el rumbo indicado por el Consenso de Washington, cuyo objetivo era la estabilización macroeconómica, para liquidar la inestabilidad sufrida en los últimos sexenios.

A este grupo han pertenecido los secretarios del ramo: Francisco Gil Díaz, Agustín Carstens, Ernesto Cordero, José Antonio Meade y Luis Videgaray. No hay duda, en épocas recientes, la economía mexicana se ha manejado por los egresados del ITAM. De ahí un justo reconocimiento a la descollante institución. Así su fundador, discreto comerciante de Silao, convertido en exitoso empresario y luego en un gran filántropo, había logrado su meta.

Dentro del gabinete del actual presidente, Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray se ha impuesto y reinado sobre sus colegas, impulsando la brillante carrera de su amigo de toda la vida, José Antonio Meade. Ahora se encuentran en posición de lograr la Presidencia de la República para este cohesionado grupo de funcionarios, asistidos desde el PRI, por otro egresado de la misma institución: Enrique Ochoa Reza, actual presidente de ese instituto político.

Pero no nos vayamos con la finta, el grupo hacendario no pertenece al PRI, se trata de una solida conjunción de carreras políticas, que arriban a su climax, pretendiendo lograr para uno de ellos la titularidad del Ejecutivo Federal. Han colonizado la administración pública central. Con desparpajo inusitado, manejan la distribución de los dineros públicos, y miran hacia abajo y por encima del hombro, al resto de la clase política. Consideran al PRI como suyo, dándose el lujo, incluso, de definirse como externos. Están académicamente muy bien preparados y confiados en que pueden ganar la próxima elección. Su acceso a los presupuestos públicos no conoce límite alguno.

¡Ah!, olvidaba, el nuevo ministro de Hacienda, José Antonio González Anaya, integrado al círculo itamita, poseé el currículum más solido de toda la camada. Estudió dos carreras, economía e ingeniería mecánica en el legendario MIT, maestría y doctorado en Economía en Harvard, maestro e investigador en Stanford, economista “senior” en el Banco Mundial (WB), una larga trayectoria en el servicio público, destacándose como director del IMSS y de PEMEX. Pero acaba de cometer un error… solo uno. Decidió incumplir tres convenios de apoyo al Gobierno de Chihuahua, como reacción a la investigación judicial sobre triangulación de dinero público, para apoyo del PRI Nacional. Es un hecho inusitado, que rompe el llamado “pacto de impunidad”, entre la clase política del país. Este asunto abre un boquete debajo de la línea de flotación de la campaña a la presidencia del candidato del PRI. Frente a frente, el gobernador Javier Corral, de apasionado y contundente discurso y olfato político sensibilizado por  una larga carrera parlamentaria, está aplastando años de estudios en el extranjero, sesudas tesis doctorales, innumerables cursos de especialización y currículums… y quizás una fulgurante candidatura, planeada desde hace años. La política se hace en la calle con los ciudadanos, no desde las aulas y entre sesudos académicos. Y la política es cruel.

Texto publicado en AM LEÓN 21/1/2018

@carce55

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DRAMA SHAKESPEARIANO

Carlos Arce Macías

Los hechos ocurrían apresuradamente, en tanto las horas  transcurrían inexorables. Los planes armados con mucho tiempo de anticipación, trataban de ceñir las diversas situaciones a lo preestablecido. Había que forzar a los partidos a jugar el rol que había sido preconcebido para cada uno de ellos, con la finalidad de entronizar, prácticamente sin competencia alguna, al todavía presidente del partido Acción Nacional, como candidato a la Presidencia de la República. Sería con un Frente, conformado por PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, o sin él; de cualquier manera Ricardo Anaya será candidato presidencial.

Sin embargo, el oráculo ya ha signado el destino. Se anticipa una dura contienda nacional para elegir al próximo presidente, 128 senadores, 500 diputados 8 gubernaturas y el jefe de gobierno dela Ciudad de México y un gran número de diputaciones estatales y ayuntamientos.

El Sumo Sacerdote de la izquierda populista, desde que perdió la última contienda en 2012, inició su campaña hacia el 2018. Tesonero, como es su carácter, recorrió una y otra vez el país para conformar su propio partido, y desde ahí apoyar una candidatura totalmente asegurada por la vía unipersonal y absoluta.

Por su parte, el partido oficial, el PRI, enfrenta una peligrosa situación. A diferencia de otras confrontaciones similares, en donde lo que iba en juego era refrendar la posesión del poder presidencial, ahora lo que se disputa es la futura libertad del actual presidente y su camarilla más cercana. Ha sido tal el saqueo realizado desde el Ejecutivo a las arcas públicas, que resulta claro que, de no vencer en la próxima elección, el grupo puede acabar en la cárcel, dada la rapacidad con que acometieron los dineros públicos. En esta elección va en juego su cabeza.

El PAN, que parecía tener el viento a favor, con una candidata puntera, que anticipaba una interesante ventaja sobre sus adversarios, sacrificó la unidad interna y botó por la borda la solidez moral de su dirigencia, a lomos de la más absurda ambición de su dirigente nacional para erigirse como candidato. Con dolosos manipuleos, el ahora “sorpresivo” precandididato, evaneció las ventajas en la competencia, para mágicamente convertirlas en menoscabos. Lo que parecía fácil, la mano de Anaya lo trocó difícil.

Y mientras todo esto ocurre a nivel nacional, en ese océano proceloso, navegan otros actores políticos como el gobernador del estado de Guanajuato. Él sabe que la situación es delicada y que las decisiones a tomar, serán definitorias del destino de la entidad federativa, de su futuro político y su desarrollo económico y social.

Como muchos gobernadores, urdió una cuidadosa trama, para obtener el favor del señor de los dineros federales, mediante un trato empático y lisonjero. Sabía que cualquier relincho, podría tener consecuencia en el reparto de fondos para su estado. Pero siempre su relación con el entonces secretario de Desarrollo Social y luego de Hacienda y Crédito Público, fue de confianza y amistad. Se lleva bien con él y nunca se le ha escuchado crítica alguna hacia el bisoño candidato tricolor.

Por otro flanco, la alineación partidista  del Ejecutivo guanajuatense al grupo de torvos jóvenes que se apoderaron del PAN, se ha debido al interés por que se le permita designar a su delfín o sucesor desde el CEN panista. A diferencia de lo que marcaría el proceder democrático de su partido, en dónde la propia institución debía haber tomado en sus manos las decisiones sobre la candidatura del PAN a la gubernatura del estado, el señor gobernador decidió erigirse en Gran Elector. Remata su proceder, con la confianza que genera la cercanía de su delfín a las obscuras personalidades de la dirigencia partidista, cuando este formó parte de la hedionda Legislatura LXII, batida por el escándalo de los moches, resentidos directamente en Guanajuato, y hasta ahora no esclarecido por las instancias anticorrupción del partido blanquiazul.

Pero ahora Miguel Márquez se encuentra en un difícil dilema, al que la maquinación palaciega y la falta de transparencia y democracia partidista, inducida por el propio ejecutivo, lo ubica con crueldad ejemplar: ¿Con quién juega y a quién apoya el gobernador de Guanajuato? ¿Con Meade, su empático apoyador financiero o con Anaya y su frágil frente electoral, que le concederá la gracia del nombramiento a dedo de su sucesor?

La respuesta no se obtiene declarando a los cuatro vientos fidelidad partidista o respeto a una relación amable y profesional, sino paradójicamente, con la propia designación del candidato del PAN a la gubernatura del Estado. Miren, el planteamiento consiste en la aplicación del principio del máximo rendimiento. Lo explico: si el gobernador de Guanajuato apoya a su partido y al candidato Anaya, deberá impulsar aquella candidatura que propicie los más altos rendimientos electorales, sea quién fuere. La contienda será muy competida, y el Frente requerirá la mayor cantidad de votos posibles en aquéllos estados que domina a plenitud, como Guanajuato.

Todos sabemos que su delfín no levanta más entusiasmo que el de sus propios compañeros burócratas y apoyadores interesados, a los que ya se les ha ofrecido algún puesto. Si insiste en mantener como candidato oficial a su pupilo, estará manifestando su apoyo a Meade, ya que a sabiendas del bajo potencial de su incondicional, no le importará restar votos valiosísimos a su partido, y hacer más ceñida la elección guanajuatense. Ello beneficiará sin duda al tricolor y a su candidato. Sintetizando la paradoja: si postula al delfín, favorecerá al PRI; si busca al candidato que más altos rendimientos electorales garantice estará con el PAN.

Poco habremos de vivir, aquéllos que no alcancemos a ver el desenlace de este shakesperiano drama político. Prevemos días de agobio para el gobernador Márquez.

@carce55