Carlos Arce Macías
La verdad, no creí verlo nunca. El pasado viernes asistí a la inauguración de la primera estación de servicio de la empresa anglo-holandesa Shell, que es inaugurada en el estado de Guanajuato, precisamente en la capital. Sus colores, rojo y amarillo, que se ven por todo el mundo, cuando alguien busca una gasolinera, contrastan con los conocidos y rutinarios colores verde, blanco y rojo de PEMEX. Los mexicanos, que solo habíamos conocido instalaciones franquiciadas por el monopolio estatal, nos sentimos extraños al acceder a una con diferentes características, colores y sin las tradicionales deficiencias de las estaciones de la controladora paraestatal mexicana.
Shell es un gigante de la industria energética. Compite cuerpo a cuerpo contra British Petroleum, Chevron y Exxon Mobile en la comercialización de gasolinas. Cuenta con más de 90,000 puntos de distribución en el mundo, y cada segundo, se llenan 30 tanques de combustible, surtidos por ésta firma. Su fundador, Marcos Samuel era propietario de un negocio de mercadeo de conchas marinas en Londres, que importaba desde el mar Caspio, por el año de 1833. Allí detectó la incipiente producción de petróleo, he ideó el diseño de un barco especializado en el transporte de naftas. Así evolucionó su compañía, hasta convertirse en una gran empresa petrolera. De su actividad primigenia, nace su logo: una concha marina.
México no le es extraño a Shell, ya que en 1921 se concretó el traspaso de lo que era la Mexican Eagle Petroleum Cómpany, mejor conocida como El Águila, a la Shell Mex Limited, una corporación prohijada por Shell, que contribuyó a llevar a México a la segunda posición como productor mundial de petróleo, en aquéllos años. Luego llegó Lázaro Cárdenas, y con él, la expropiación petrolera, apoyada por los Estados Unidos, he ideada para desplazar a las compañías inglesas, propietarias del 70% de la producción, y de esa forma hacerse del control del mercado mexicano. Luego de la expropiación, la empresa se liquidó hasta 1963, cuando el gobierno mexicano terminó de pagar la gravosa confiscación cardenista.
Como todas las grandes petroleras, la compañía se ha visto envuelta en serios desastres ecológicos, como los del río Níger en África y el proyecto de construcción de plataformas petroleras en el Ártico, que podrían afectar el delicado equilibrio medioambiental del lugar. La voracidad por la utilidad de estas compañías, en su intensa competencia por los mercados de extracción de petróleo, y distribución y venta de energéticos, debe de ser controlada por regulaciones internacionales y la vigilancia puntual de los gobiernos nacionales. Difícil tarea para todos.
Pero precisamente de la competencia, que produce acciones negativas, nacen también fenómenos positivos que derivan, por ejemplo, en políticas de mantenimiento y conservación de la clientela, a través de brindar un servicio de calidad a su público. Cuidando y mejorando el rendimiento de sus gasolinas y diesel, el suministro completo de combustible (litros de a litro), la higiene de sus instalaciones sanitarias, así como complementando su giro comercial con una buena tienda de conveniencia. De esa manera, la trasnacional, conjuntamente con sus dinámicos socios guanajuatenses, se disponen a disputarle a PEMEX, la plaza del Bajío. Eso nos gusta.
Aún recuerdo, cuando en 2002, el Dr. Fernando Sánchez Ugarte, presidente de la Comisión Federal de Competencia (COFECO), invitaba a otras instituciones, entre ella a la Comisión Federal de Mejora Regulatoria (COFEMER), a que diéramos juntos la batalla frente a PEMEX, para que se liberalizara la distribución de combustibles y pudiera haber diversas empresas dedicadas a la comercialización de las gasolinas. La resistencia del paquidermo estatal, fue furiosa y liquidó toda posibilidad de abrir el mercado de combustibles a la competencia. No toleraba la existencia de ningún retador.
Tiempo después, desde la Procuraduría Federal del Consumidor (PROFECO), fuimos testigos de las continuas violaciones a la ley, así como de los abusos contra los consumidores. En aquél entonces se estimaron daños cercanos a los 22,000 millones de pesos anuales, en contra de los clientes de las gasolineras de PEMEX, por el despacho incompleto de combustibles. No obstante las continuas denuncias, la empresa estatal jamás ha dejado de esquilmar a los mexicanos, tolerando y encubriendo las malas mañas de muchos de sus franquiciatarios. Lo afirmo con conocimiento de causa.
Desde aquéllos años, no creí tener la fortuna de ver, con mis propios ojos, la liberalización del mercado de combustibles en nuestro país, producto de la reforma energética. Para fortuna mía, luego de haber conocido la soberbia y violencia con que imponía sus intereses PEMEX sobre el propio gobierno federal, perjudicando a su cautiva clientela; me asumo satisfecho de ver operar en mi propia ciudad, Guanajuato Capital, la primer gasolinera Shell. Ya no tendré que cargar el tanque de mi auto en las franquicias del monopolio. Los litros de a litro, estarán garantizados, porque un escándalo de fraude al consumidor, una empresa internacional lo paga con el precio de sus acciones en la Bolsa de Valores. Eso si funciona, y muy bien.