Carlos Arce Macías
Nuestra generación ha sido bautizada como la de la transición del autoritarismo a la democracia. Durante los últimos decenios del siglo pasado, nos correspondió intervenir en las luchas por lograr sociedades más democráticas y participativas, liquidando el patrón impuesto desde la Unión Soviética, como consecuencia de la guerra fría. El último reducto de ese modelo es Bielorrusia (Rusia Blanca), país que visité hace años, con motivo de un viaje oficial.
Arribar a Minsk, su capital, fue como internarse en la antigua Unión Soviética. Un enorme aeropuerto construido bajo el modelo de las edificaciones rusas de la postguerra nos dio la bienvenida. Viajamos entre el verdor de los bosques para arribar a la capital, Minsk, una ciudad hermosa, muy bien planeada, ordenada y limpia, en cuya principal avenida se disponen los edificios públicos más emblemáticos.

En la reunión con el embajador mexicano ante Rusia, concurrente para Bielorrusia, Alfredo Pérez Bravo; nos advirtió sobre las reglas de cuidado que se debían seguir, por tratarse de un gobierno de corte autoritario. Era seguro que habría vigilancia intensa sobre la delegación, por lo que habría que comportarse con gran prudencia y seriedad. Recuerdo que hubo una cita con un ciudadano mexicano que vivía en es país, el cual se quejó del intenso espionaje que se realizaba sobre él. Se le notaba el miedo.
La tradición del lugar, marca que antes de cada comida había que consumir totalmente una botella de vodka. Pero todos los miembros de la delegación, fuimos muy escrupulosos en dejar el cumplimiento de esa etiqueta a nuestros anfitriones. Los bielorrusos son un pueblo entrañable, muy bien educados y muy amables con el extranjero. Llamaba la atención la apostura de sus hombres y la belleza de las mujeres, que se reúnen por las tardes y noches de verano en la Plaza de Lenin.

Su formalidad para firmar el acuerdo con México, que motivó la visita, fue intachable, y luego de signarlo, nos invitaron a conocer la Biblioteca Nacional, su museo de la Gran Guerra, un proyecto inicial de desarrollo de software, que ya se convirtió en realidad, y su industria estelar: la fábrica de tractores que surtía a toda la vieja Unión Soviética. Un complejo fabril, equiparable a una gran factoría de los años 30’s.
El bielorruso ha sido un pueblo sufrido. Atacado brutalmente por los nazis en su camino hacia Moscú, Minsk fue arrasada. Pero se defendieron aprovechando la espesura de sus bosques, acosando a la tropa germana, hasta que se produjo la ofensiva soviética que los retiró de todo el territorio. Pero luego continuó el yugo comunista que se extendió hasta los años noventa. En 1994 tomó el poder Alexandr Lukashenko, bajo la promesa de combatir la corrupción galopante en el país, hasta liquidarla, atacando a muchos dirigentes políticos, incluyendo a expresidentes, y acusándolos de corrupción generalizada. Así solidificó su poder y desde entonces se ha relecto cinco veces, y se niega ha abandonar el cargo, luego de ejercerlo con mano de hierro durante 26 años. Afirma que el 70% de la población lo apoya.

Hoy Bielorrusia lucha por su libertad, para sacudirse al viejo líder comunista. La revuelta la encabeza Sveltana Tijanóvskaya, licenciada en filología inglesa de 37 años, esposa del yutuber Serguei Tijanovsky, ahora encarcelado por el régimen. La secundan el empresario Mikita Mikado, CEO de la plataforma digital PandaDOC, también en la cárcel, y Verónica Tepsekalo y María Kolésnikova jóvenes esposas de lideres oposicionistas. El pueblo bielorruso, está desde agosto en las calles, harto de la larga dictadura y los fraudes electorales. Las mujeres, al rescate y el dictador, enfurecido. ¡Qué historia y que recuerdos!

