ROMA, CUESTIÓN DE VIDA

Carlos Arce Macías

 

El cineasta Alfonso Cuarón, ha puesto frente a nosotros, una película que nos deja pasmados, sin palabras y con los ojos rasados por las lágrimas. Después de varias décadas de ver películas de todo tipo, para alguien que creció yendo de cine en cine de la mano de su madre, puedo decir que la experiencia íntima que deja el último film de Cuarón, es difícilmente asimilable.

 

La posibilidad de viajar en el tiempo, y con seis años más que el laureado director, poder revivir muchos de los ambientes vividos hace más de cincuenta años, tiene un significado personal indescriptible. Cada escena de la vida familiar, pero sobre todo de los  ambientes de barrio citadino de aquellos años setenteros del siglo pasado, fraguados con una alucinante minuciosidad y amplificados por una banda sonora, que reproduce cabalmente anuncios de radio y televisión de la época, el silbido del afilador o el pitido del vendedor de camotes, terminan en una superlativa recreación de ese periodo. Podemos decir a nuestros nietos e hijos: vean Roma, así se veía, se oía y sentía nuestra infancia.

 

Para mi, el momento en que se estampa el entorno, en el que la protagonista sale desconsolada del cine, solo le falta la mano materna.  Allí van apareciendo el globero, el merenguero, el vendedor de muéganos y el de calaveritas danzarinas, conformando una alharaca estrepitosa. El momento resulta conmovedor y extraordinario, terminando en cuanto se diluyen las bombas flotantes de jabón que también son ofertadas en el quicio del cine.

 

El sonido, no de la lluvia habitual de la ciudad de México, sino del granizo que rebota en las baldosas del patio, acarrea el olor fresco, puro y frio de muchas tormentas veraniegas. La toma en la que la protagonista cruza la esquina de la avenida Baja California con Insurgentes, para llegar al cine Las Américas, es una admirable recreación de la ciudad setentera.

 

No se puede obviar la destacada actuación de todo el elenco, especialmente de Yalitza Aparicio. Su mirada, los gestos, la intrigante inexpresividad de su rostro, resultan cautivantes. Las historias que se entrelazan, biografía infantil del propio Cuarón, son desgarradoras, aunque resultan normales dentro de nuestra sociedad. Un trabajo actoral de altísima calidad.

 

La fotografía en blanco y negro, es espléndida. Las tomas en la azotea, donde se encuentran los lavaderos, el paisaje mexicanísimo del altiplano y la soberbia secuencia de la playa y el mar, no tienen parangón. A Cuarón se le agrega un gran talento: resulta ser un fotógrafo excepcional, que se permite, en este caso, darse el lujo de no contar con Emmanuel Lubezki.

 

Esta nueva película, atiborrada de premios más que merecidos, nos pasea por los suburbios citadinos, en el que la vida transcurre entre el lodazal. Antes, en aquellos años, la pobreza extrema, no la relativa que hoy miden los indicadores del CONEVAL, era la normalidad. En los llanos, aparte de jugar futbol, se entrenaba, con asesoría de la CIA, a paramilitares en el arte del kendo (combate asiático con garrotes) por órdenes del gobierno de Luis Echeverría, uno de los peores presidentes, que en la época moderna, haya tenido México. Lo padecimos.

 

Un jueves de Corpus Christi en junio de 1971, los llamados “halcones” fueron utilizados para masacrar impunemente a estudiantes de la UNAM y el Poli, que se manifestaban en contra del gobierno. Atrapados entre las avenidas Melchor Ocampo y San Cosme, los jóvenes fueron apaleados y en un rápido contra ataque apoyado con armas de fuego,  asesinados a mansalva, cayendo cerca de 120 manifestantes. La policía y los granaderos permanecieron expectantes mientras se reprimía, golpeaba y asesinaba a los jóvenes que osaban protestar en contra del gobierno. Eso es, al final el autoritarismo.

 

Cuarón logra revivir de una forma inusitada y dolorosa aquel hecho bochornoso del gobierno priísta, que manejaba en un puño nuestro país. Eran las potestades originadas por un poder ejecutivo unilateral y tirano, de un presidente que afirmaba: “la economía se maneja desde Los Pinos”, provocando serios desajustes macroeconómicos, que nos condujeron a varios decenios de inestabilidad y pobreza. Casi todos tuvimos menos.

 

Espero que para muchos jóvenes, Roma explique, de forma visual, el motivo de nuestras luchas por construir un México democrático, con un Poder Ejecutivo acotado por la división de poderes republicana, inventada, durante el Siglo de las Luces, por Montesquieau. Esta forma de gobierno esta hoy acosada por un protodictador, entronizado por el voto de millones de ciudadanos, que ya olvidaron o no experimentaron las consecuencias de padecer a un presidente de la República todopoderoso y locuaz. Quienes nos resistimos a volver a  sufrir esa ignominia, hoy nos inquieta que cada vez, exista menos sensibilidad a la perdida de democracia. Los resultados serán devastadores, no tengan duda. Vean Roma, quizás se sensibilicen y cambien, porque como lo explica el propio Alfonso Cuarón, su película no es una cuestión de cine, sino una cuestión de vida.

@carce55

 

 

 

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