Carlos Arce Macías
Entre las afirmaciones del presidente de la república y las declaraciones de la ultraderecha española, se radicaliza y pierden las mejores versiones de uno de los acontecimientos más importantes de la historia universal: la conquista de México.

Y en principio habrá que endilgarle la culpa a nuestro presidente por andar provocando la ira ultramontana, que tiene algunos argumentos, para darle buenas y precisas respuestas a sus asertos. Quién le manda meterse en camisa de once varas, creyendo que sabe historia. La verdad es que López es equiparable a un alumno de secundaria, adoctrinado en historia patria, intentando darles clases a niños de primaria.
Nuestro ejecutivo es una víctima más de un guanajuatense excepcional: Diego Rivera. El más famoso de nuestros muralistas, comunista connotado, que plasmo con vibrantes colores, toda “su” historia nacional, como él la veía, apreciaba, proyectaba y publicitaba. Era el gran “influencer” de su época. Y muchos se quedaron con las soberbias imágenes surgidas de su potente pincel y aceptaron sin chistar su versión de la historia nacional.
El 20 de agosto de 1992, Carlos Castillo Peraza dictó en el Instituto Federal Electoral una brillante conferencia que denominó “Del Mural a la Política”, en la cual, sostuvo, como se había sembrado la visión muralista en la psique nacional, implantando una visión de guerra, de vasallaje y sometimiento, contraria a las diversas y enredadas facetas de un proceso histórico muy complejo. En esta interpretación pictórica, no hay medias tintas, solo blanco y negro, buenos y malos. Ángeles y demonios.
Entre los muchos atrapados en esta versión, contamos a nuestro presidente. Ahora nos descubre, desde un razonamiento muy ingenuo, que la conquista de México fue un rotundo fracaso. Decirlo así, significa darnos un tiro en el pie, pues es a partir de ella, que se inicia la creación de lo que será nuestra nación. Sin la conquista es imposible explicarnos a nosotros mismos;quiénes somos los mexicanos y cuales son nuestros más importantes referentes.

Vale la pena, desde este argumento revisar algunas cuestiones. La primera es que no descendemos de los aztecas. El sitio de Tenochtitlán resultó tan violento, que prácticamente fueron exterminados sus habitantes. La viruela se propagó y mató a miles, cerca de cuarenta mil se suicidaron arrojándose al lago ante la desesperación de constatar que sus dioses los habían abandonado. Otros miles murieron defendiendo la ciudad valientemente, resistiendo las cargas de caballería de Pedro de Alvarado, los arcabuces y fuego de bombardas de los castellanos y extremeños. Y más de cien mil, cayeron masacrados por la sed de venganza de sus enemigos tlaxcaltecas, huejotzingas y cholultecas. Cortés perdió menos de cien hombres. Nuestro mestizaje deviene de sangre otomí, tlaxcalteca y de otras etnias mesoamericanas, más no de los extintos aztecas.
El 13 de agosto de 1521 cae prisionero Cuauhtémoctzin. El último reducto de resistencia no es la plaza principal de Tenochtitlán, sino la de Tlatelolco, defendida por los poco confiables socios de los mexicas, cuyas relaciones devenían entre el amor y el odio. La capital tenochca ya había sido abandonada para ese momento, y con ella sus plazas, pirámides, palacios y el Templo Mayor.
La celebración del día 14 de agosto, fue un gran banquete en Coyoacán, al cual casi la mitad de los hispanos llegaron enfiestados, rematando al otro día con una larga procesión de conquistadores, precedidos por una imagen de la Virgen María y la cruz, hasta una colina desde donde podía verse el gran Lago de Texcoco y las ruinas de una ciudad arrasada, impregnada de olor a muerte. Así comenzó el culto a la virgen y cayó la capital del Imperio Azteca.

Tras estos sucesos comenzó la construcción de una nueva ciudad, que sería la más importante de América durante siglos. Base del poderío novohispano, y su economía sostenida por los ríos de plata, provenientes de Zacatecas y Guanajuato. La historia es un proceso dramático continuo, plagado de glorias y derrotas. Descifrarla requiere de amplios conocimientos, horas de lectura y una mente abierta y con alas, no encarcelada en ideologías anacrónicas y murales esplendorosos.
