Carlos Arce Macías
En estas horas de crisis, en las que la narrativa publicitada todas las mañanas por el presidente López Obrador se ha impuesto en la sociedad, sus detractores no encuentran explicación a la reacción de un gran segmento de la población, decidida a respaldar las acciones del actual gobierno, a cualquier costo y tiempo necesarios.
El aumento súbito de los precios del combustible denominado gasolinazo, fue la estaca en el corazón, que liquidó al PRI en las pasadas elecciones. El partido del gobierno no levantó cabeza desde entonces. La herida fue mortal. No se entiende, entonces, como un fenómeno de desabasto de gasolinas, no signifique la caída abrupta de la popularidad de AMLO. La anomalía debería significar el temprano fin de la luna de miel del actual gobierno. Con la furia desatada, el enojo y reclamo, deberían estar a flor de piel. Pero eso no ha pasado. El presidente ha podido llevar su narrativa a donde le conviene, precisamente al espacio social, en el que su discurso y simbología penetra, convence y genera respaldo: la lucha contra corrupción política que ha consumido a la nación.
Se debe de comprender, que el acicate del cambio producido en las elecciones federales de 2018, fue el hartazgo ciudadano por la corrupción descarada y galopante, acumulada por los gobiernos de la transición, bautizados por Obrador como el PRIAN. No obstante que se presentan diferencias significativas entre cada sexenio, destacando el reciente pillaje llevado a cabo por los grupos priístas encabezados por el propio ex presidente Peña Nieto; todos acabaron revueltos en la misma categoría, por una audaz maniobra de comunicación política, implementada minuciosamente por López Obrador.
Especialmente el panismo, no quiso entender la necesidad de desmarcarse del infausto calificativo de PRIAN. El regazo que durante gran parte del sexenio le concedió Peña, fue tibio y mullido. El PAN, conducido por un grupo de nuevos liderazgos, formados al abrigo del poder, tomó una posición acomodaticia y proclive a negociaciones que significaran dividendos personales para sus dirigencias. La política se convirtió en un simple juego de equilibrios internos y distribución de beneficios entre los grupos adueñados de la franquicia.
El colmo, se dio con el escándalo de los “moches”. La criminal distorsión en el Poder Legislativo, originada al adjudicar, bajo la complacencia priísta, una millonada de pesos entre los legisladores para “bajar recursos para sus distritos”, lo que convirtió al Congreso en un chiquero. El escándalo de la corrupción institucionalizada, nunca fue combatido en el ámbito interno del partido, contraviniendo el principio de honestidad marcado por su fundador, Manuel Gómez Morín. La podredumbre se prohijó y tolero sin el mayor rubor. Por ello, y por la fractura interna provocada por la ambición personal y la carencia de generosidad ante la candidatura presidencial, Acción Nacional decidió blandir el puñal ritual japonés, para realizarse el hara-kiri. Suicidio político.
El tigre acechante olfateó a su víctima y tomó la mejor posición para el ataque: la honestidad valiente contra la perversa corrupción, ejemplarizada todos los días por múltiples casos de deshonestidad, denunciados y presentados en los medios masivos de comunicación. Fue una orgía de corruptelas.
La reacción normal ante el caudal de irregularidades y rapacerías tuvo la consecuencia prevista, el triunfo aplastante de AMLO. Pero sorprende que la oposición continúe sin entender que el nombre del juego político hoy, es no ser corrupto. Algunos, ingenuamente, creen en poder reeditar los acuerdos de impunidad bajo los cuales operó a placer la red delincuencial en la que se convirtieron los gobiernos y los partidos. No hay vuelta atrás, muy pocos se salvan.
Es por ello que se requieren nuevos lideres políticos, cuya rectitud esté acreditada, para construir una oposición vigorosa. No cualquier político del pasado está habilitado para triunfar en la nueva arena política, construida a partir del 1 de julio del año pasado. No lo intenten, muchos están desahuciados.
Por eso, desespera constatar como el joven gobernador de Guanajuato, desperdicia valiosas oportunidades de trascender. Tendría un gran horizonte para lograrlo. Pero en lugar de construir cauces democráticos con la ciudadanía, se dedicó a colonizar los Poderes con incondicionales suyos, haciendo exactamente, lo que se le critica a López Obrador. Maneja a su contentillo el Congreso, le impone funcionarios, sacrifica las carreras políticas de sus diputados, por seguir sus insensatas consignas. Autoritarismo vil, nada diferente a lo que sucede en el nivel federal en donde los diputados de Morena corean alegremente: “es un honor estar con Obrador”.
El nombramiento local de un fiscal carnal, imposibilitado para investigar el sexenio del gobierno anterior, al que él mismo perteneció, acentúa el parecido con el dedazo producido el viernes en el Senado de la República, con una diferencia: no es comparable el perfil profesional y temple de Zamarripa con el de Alejandro Gertz Manero. Ya lo quisiéramos los guanajuatenses.
Y para rematar, vemos como la dirigencia de Guanajuato es superada en liderazgo y enjundia por Jalisco y Chihuahua. La diferencia se advierte por la libertad con que actúan los gobernadores Alfaro y Corral. No tienen lastres en sus gobiernos que copten sus reclamos y neutralicen la defensa de la soberanía de sus estados. No heredaron compromisos políticos, a diferencia de Diego Sinhué, maniatado por la tutela política de su predecesor. Diego tiene las alas rotas. Sabe que cualquier movimiento brusco contra la Federación, puede terminar con la apertura de procesos en contra de su tutor político. Eso lo lleva a una prudencia inusitada en momentos que reclaman valentía y firmeza en la queja.
Mientras tanto, no obstante a que el desabasto de combustibles se debe a la inexperiencia y estulticia de su gobierno, Andrés Manuel, con su sonrisa socarrona, la oposición debilitada y su gabinete enredado en un sinnúmero de contradicciones, encubre el batidero que él mismo construyó, con una sola frase: el combate al huachicol. El combate a la corrupción en general. Por lo pronto el pueblo sabio cree en él, aunque termine achicharrado en una fuga de combustible. Patético.