Carlos Arce Macías
Quién usa la historia para apoyar y difundir sus ideas, continuamente la distorsiona, dolosamente, con la finalidad de forzar los hechos, para sustentar sus dichos.
En el nuevo gobierno, el presidente ha puesto de moda la “austeridad republicana” juarista, como ejemplo de comportamiento frugal, exento de lujos y frivolidades. En contraste con la monarquía, la república siempre presenta una digna sobriedad, necesaria para destacar una menor diferencia entre los miembros de la sociedad. Todo debe de corresponder a una virtuosa moderación, olvidándose de los destellos dorados del rococó o las fastuosidades versallescas.
El prototipo de ese gobierno, ha sido Don Benito Juárez García, presidente de México entre 1858 y 1872. Hombre de gran inteligencia, cultivado en el estudio del Derecho, en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, en un ambiente liberal, tuvo una fulgurante carrera política, hasta encumbrarse en la silla presidencial. Fue, sin duda, la figura más emblemática de la segunda parte del siglo XIX mexicano. A él debemos la modernización del Estado, a través de la institucionalización del Estado laico.
Su vida fue una aventura sin cuartel. Fue gobernador de Oaxaca, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Ministro de Gobernación, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Inmerso en la Guerra de Reforma, capitaneó después el gobierno republicano que le hizo frente al Segundo Imperio Mexicano, encabezado por Maximiliano de Habsburgo. A partir de la restauración de la República, gobernó con poderes especiales y sin contrapesos. La muerte lo sorprendió en Palacio Nacional el 18 de julio de 1872.
En 1852, Juárez, siendo gobernador de Oaxaca, pronuncia un célebre discurso ante la X Legislatura de ese estado, en el que advierte: “Bajo el sistema federativo, los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad. No pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes. No pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir, en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala”.
La alocución resulta, al día de hoy, inspiradora. Recapacitemos sobre esta parte del discurso: pondera el sistema federal, punto culminante del liberalismo de esos momentos; la responsabilidad de los funcionarios públicos, lo que constituye la simiente de un gobierno profesional; la prohibición a gobernar por impulsos y bajo la sombra de una “voluntad caprichosa”; el gobierno debe de circunscribirse a la ley; en el gobierno no se hacen negocios, generadores de fortunas; evitar el ocio y la disipación; estar dispuestos, los funcionarios, a vivir en “la honrada medianía”.
Sorprendentemente, gran parte del texto anterior es aplicable a las desviaciones del juarismo que sufre el actual presidente de México, tan desapegado al federalismo y propenso a centralizar todo, a olvidarse de la responsabilidad decidiendo cuestiones torales por voluntad caprichosa, evidenciando poco apego a los textos legales, propiciando fortunas a través de la entrega de contratos por asignación directa, propiciando una política de austeridad republicana basada en una malinterpretada “honrada medianía”, depredadora del talento gubernamental que se requiere para consolidar un gobierno eficiente y eficaz.
Pues bien. ¿Cuál era esa honrada medianía con la que vivía Don Benito? De acuerdo al historiador José Manuel Villalpando, fundamentado en la obra “Documentos, discursos y correspondencia, selección y notas”, de Jorge L. Tamayo (Secretaría del Patrimonio Nacional, México 1967), ¡sorpréndase! Juárez percibía como presidente $2,500 pesos mensuales netos. Esta cantidad corresponde a 83 pesos al día, mientras un trabajador, en esa época ganaba 50 centavos por jornada. Un equivalente actual a casi $17,000 pesos diarios si equiparamos la jornada con el salario mínimo por día. Así la suma mensual que percibía el “Benemérito de las Américas”, correspondía más o menos a $507,000 pesos de hoy. Esa era la “honrada medianía” de Juárez.
El insigne presidente, siempre cobró su sueldo durante los 14 años en que se desempeñó a cargo del ejecutivo, aunque algunas veces, con retraso. Considerado con la Patria, se autoimpuso un Decreto de Austeridad en la que se bajó el sueldo de $36,000 a solo $30,000 pesos anuales.
Fue propietario de cuatro importantes viviendas en la Ciudad de México y una en Oaxaca. Feliz poseedor de una moderna calesa, $4,470 pesos (Casi un millón actual) en acciones mineras y $20,000 (Cuatro millones) en inversiones en la Casa Merodio y Vázquez. Cuando murió, en el cajón de su buró, guardaba $500 pesos, el equivalente a más de $100,000 pesos de hoy, para cubrir cualquier imprevisto.
Saquemos pues conclusiones. Don Benito Juárez, ícono inspirador del presidente López Obrador, fue una figura descollante de su época. Se labró en el estudio y fue miembro de una super élite de su tiempo, que aprendió una profesión: la abogacía, a muy alto nivel. Fue ferviente creyente en el Estado de Derecho. Consideraba sagrada la ley. Tuvo muy clara la necesidad de separar al gobierno de la religión, nunca transigió en ello, salvo por la petición en el lecho de muerte, de su esposa Margarita, para que permitiera que sus hijas se casaran por la Iglesia. Hay testimonio de su honradez y rectitud. Se ajustó a vivir con su frugal sueldo de presidente equivalente a 507 mil pesos mensuales de hoy. Más que el de los actuales ministros de la Suprema Corte de Justicia, tan vilipendiados por el propio Ejecutivo Federal.