Carlos Arce Macías
Ya casi termina la temporada de festejos. Comienza un nuevo ciclo que, para ser sinceros, no pinta nada bien. Desde la tranquilidad de los días de vacaciones podemos reflexionar sin la influencia de los problemas cotidianos y advertir el mal camino por el que continuará nuestro trance vital.
Los mexicanos enfrentamos un problema muy serio de gobierno, en todos los niveles. No se está gobernando en beneficio de la ciudadanía. Nos encontramos entre los restos del naufragio de la partidocaracia, lejos del puerto de la democracia y bajo una tormenta populista y clientelar, que resultará muy peligrosa de sortear.
Al final resulta que tenemos una clase política formada dentro del gubernamentalismo más voraz y atroz. Esta es una manía patológica consistente en procurar permanecer, a cualquier costo, dentro del gobierno; intentando desde allí, logar la meta que marquen las ambiciones personales y la necesidad de enriquecimiento de cada quién, a costillas de los fondos públicos. Casi toda la clase política que finge gobernarnos (hay meritorias excepciones por supuesto), está compuestas por personajes de bajo perfil, que pocas posibilidades tendrían de destacar en otras áreas de trabajo que no fuera la política rastrera, de bajo cuño. La mediocridad es el estándar usual.
Esta situación nos ha llevado a entronizar a un demagogo que se ha transformado en un bufón mañanero, carente de los talentos necesarios para marcar la dirección de una nación, y menos para administrarla. La reconstrucción del Estado mexicano, nos va a llevar mucho tiempo y esfuerzos, a partir de cuando el desorientado e irresponsable mandatario se retire del cargo. Por lo pronto, ha provocado una importante recesión económica con graves consecuencias para todos. Al tiempo.
La ceguera con que toma resoluciones sobre temas de seguridad, por ejemplo, nos conducen al peor ambiente posible. Los criminales, bajo la seguridad que les brinda una política de relajamiento y tolerancia, se transforman en dueños de pueblos y ciudades. Para los atribulados ciudadanos, ahora a los impuestos gubernamentales, habrá que sumarles el costo de las extorsiones perpetradas por los malhechores. Para colmo, las policías locales no funcionan, se encuentran controladas por los delincuentes.
Atención, estas circunstancias están en conexión con los gobiernos estatales y municipales, no navegan solitarias. Se trata de un caldo de cultivo inmenso, en el que se reproducen todo tipo de vicios de nuestros políticos en activo. Las mismas incapacidades, con diferentes tesituras, aparecen en el resto de los gobernantes: incapaces, irresponsables, ignorantes y corruptos. Todos forman un gran conjunto: nuestra clase política.
Así los vemos decretando aumentos de impuestos, derechos y aprovechamientos, sin el menor reparo ni consideración, pero eso sí, blindados con altos salarios y prestaciones, contra cualquier amenaza de pérdida de su estatus de vida. Ante la terrible crisis de seguridad, rápido encuentran pretextos para escapar de cualquier atisbo de responsabilidad personal ante el desastre. Siempre se trata de la culpa del otro, quizás del trastornado gobernante madrugador. Mientras, los muertos se multiplican. En tres días del nuevo año, los homicidios se incrementaron de forma alarmante.
Y entre tanto, la seguridad preventiva, a cargo de los municipios, brilla por su ausencia. De nuevo, vemos a una casta de funcionarios mediocres y ruines – insisto, hay honrosísimas excepciones–, haciéndose los desentendidos de no contar con policías profesionales, que propicien la operatividad necesaria para combatir en serio a los maleantes que pululan en las comunas.
Nos debe de quedar muy claro a todos, porque de allí parte la solución a este dramático enredijo: el interés de esta especie política, que ha infestado todos los ámbitos de gobierno, es el mismo, continuar mamando del presupuesto, ya sea federal, estatal o municipal. Pretenden relegirse o brincar a otro puesto. Solo eso les importa. Mientras, desparpajadamente asignan contratos millonarios a diestra y siniestra, sin licitación de por medio; otorgan concesiones carreteras por dedazo, o bien, como en el caso de San Miguel de Allende, exigen 40 lotes, bien escogidos, por un permiso de fraccionamiento. La corrupción los iguala a todos, mientras los ciudadanos no encuentran la salida al aterrador panorama con que inician el año. Todo está conectado, son la misma calaña… y si no lo son, que demuestren la diferencia y se contrasten. Esperamos impacientes.