Carlos Arce Macías
Después de despertar con la apabullante victoria del candidato Andrés Manuel López Obrador, los mexicanos se han decantado por despedirse del método democrático para ser gobernados por los próximos años. Se entregó México al designio de un solo hombre.
Con jolgorio disimulado, muchos politólogos, comentaristas y políticos han festinado la “fiesta democrática” que ha vivido el país durante la reciente jornada electoral. Pero más bien se trató de los últimos palazos del sepulturero para enterrarla varios metros bajo tierra a la democracia. Clarifiquemos los resultados: no se parecen a la cerrada votación entre Trump y Hillary (46-48%), tampoco al sufragio por el Brexit (51-48%) o la reciente elección en Francia en donde Macron ganó (65-34%) en segunda vuelta. La elección mexicana, más bien se parece a la de Rusia (76-11%) ,Turquía (52-30%) ó Venezuela (67-20%). El candidato de Morena ha obtenido la Presidencia de la República con el 53% contra el 22% de los votos de su más cercano contendiente. Inquietante resultado.
Con esos datos, el perfil electoral de AMLO, combina mejor con políticos como Vladimir Putin, Tayyip Erdogan o el tristemente célebre dictador venezolano Nicolás Maduro, que con el de cualquier mandatario occidental, sujeto a intensa competencia para ganar cada elección. El resultado fue arrollador, saliendo victorioso en treinta y un entidades federativas, con excepción de Guanajuato.
Tan solo una reflexión: las condiciones imperantes en el Congreso de la Unión y en los congresos estatales, son a tal grado favorables para el candidato morenista, que podría sin resistencia alguna, modificar la Constitución Federal para permitir la reelección del presidente. A partir de diciembre no habrá contrapesos al ejecutivo, lo cual seguramente generará una atrofia en la rendición de cuentas, la transparencia y el combate a la corrupción. El debilitamiento institucional, está a la vista.
Los primeros escarceos del ganador, apoyado por sus treinta millones de votos, ya han permitido el deslinde de un manojo de importantes promesas de campaña por lo pronto: la baja en el precio de la gasolina, la cancelación del aeropuerto, la venta del avión presidencial, la amnistía a delincuentes y el cuidado del Estado Mayor Presidencial a la figura presidencial. Paradoja, la marejada de votos, conseguida a través de promesas ridículas, ahora lo sobre legitima y le permite desmentir sus ofrecimientos, sin rubor alguno. Ese es el tipo de descaro que propiciará el neopopulismo ramplón en el que nos iremos hundiendo poco a poco.
Así las cosas, el único atisbo de esperanza de reconstrucción democrática para el país, está en la restructuración del partido de oposición menos debilitado: el PAN. Es importantísimo reflotar la institución ante el inminente riesgo de consolidación de un largo régimen autoritario, similar a los que operan en los países con votaciones similares y de corte casi totalitario.
Sin embargo Acción Nacional enfrenta una profunda crisis interna que solo puede ser solucionada bajo la eliminación de radicalismos de su interior y una reconstrucción pactada que implique la instauración de métodos democráticos en contiendas internas, una reeducación de sus miembros y un intenso combate a la corrupción en su seno.
Y es que con pasmo, los panistas permitieron ser mezclados con el PRI, cuando de corrupción gubernamental se trataba. Todos quedaron etiquetados bajo el mismo rubro: PRIAN. La acusación no se pudo descalificar, porque diversos hechos confirmaban el involucramiento de funcionarios y representantes azules en una corrupción galopante. El caso más sonado, fue el de los célebres “moches”. Los recuerdos de la trágica LXII legislatura, en que los principales personajes de la reciente campaña participaron, modeló un prototipo del político panista, interesado solamente en beneficios económicos y cochupos de toda índole. Hagamos el recuento de la diversas biografías que de ese grupo parlamentario devienen y saquemos conclusiones. El otro asunto significativo fue el caso Padrés. El costo que tuvo para Acción Nacional el gobierno padrecista, provocó su inclusión en el selecto club de los gobernadores corruptos, encabezado por los impresentables Javier y César Duarte. Así, azules y tricolores acabaron en la misma bolsa pestilente, señalada con índice de fuego, en las plazas públicas por López Obrador.
La reciente elección fue colonizada por los sentimientos de hartazgo contra los gobiernos deshonestos. Una reconstrucción panista, solo transita a través de la fijación de estrictas normas que persigan la corrupción entre sus miembros y el compromiso de inclusión de funcionarios probos, en el servicio público de los distintos gobiernos que encabece el PAN. De otra forma no habrá futuro.
Para el estado de Guanajuato es vital la recomposición interna de Acción Nacional. La fuerza que retome el partido a nivel nacional apoyará y propiciará la sobrevivencia del único estado de la federación que le dijo “no” a López Obrador. Es al fin, y con todas la serias deficiencias internas que ya hemos descrito en diversas columnas, el único resquicio para iniciar la reconquista de la democracia perdida.
Por eso consideramos, que es urgente el cambio inmediato de la dirigencia actual, que permita parar la hemorragia producida por venganzas y recriminaciones fraternas; desactivar radicalismos y pactar una transición que permita hacer frente a este nuevo gobierno con capacidades autoritarias. Mientras tanto reinstauremos la democracia en los pequeños espacios, otorgados por los electores, a Acción Nacional, bajo la promesa, esa sí firmada con sangre, de combatir eficazmente la corrupción. Sea pues, solo si la inteligencia y la buen fe, anidan en los actuales dirigentes del PAN. Esa será su trascendente decisión.
@carce55