DE LA GUERRA

 

Carlos Arce Macías

 Tenemos que empezar a ganar guerras de nuevo

Donald Trump

Difícilmente el nuevo presidente de los Estados Unidos, sabrá quién fue Carl Von Clausewitz. Posiblemente lo confunda con algún general alemán de la Segunda Guerra Mundial, sin saber que se trata de uno de los escritores más influyentes en temas sobre estrategias, tácticas y filosofía de la guerra.

Von Clausewitz (1792-1831) fue un académico de la Escuela de Guerra de Prusia, que le tocó vivir las guerras napoleónicas, participó en las batallas de Jena, Borodino, Ligny y la de Wavre, que permitió la llegada de los prusianos a Waterloo para derrotar, por fin, a Napoleón.

Escaló a altos puestos en el ejército, hasta dedicar su vida a escribir sobre sus pensamientos a cerca de la guerra, las condiciones que envuelven victorias y derrotas, así como las causas que las originan. A él se debe la conocida frase, de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. En su libro “De la Guerra”, reflexiona sobre el belicismo y concluye que su raíz deviene del origen animal del hombre, del odio y finalmente de la política.

Con los recientes avances científicos se ha comprobado que la zona límbica del cerebro humano, produce las sensaciones de miedo, percute la agresividad como respuesta, y bloquea el funcionamiento de las corteza cerebral, provocando la incapacidad de razonar. La naturaleza agresiva de la bestia, se apodera de la persona, y la violencia se propaga como respuesta.

Todo se genera por el temor, y si se extiende entre los individuos de un grupo de sapiens (humanos), los lazos de defensa mutua se exacerban, produciendo respuestas belicosas contra todo aquello que sea extraño o diferente. En organizaciones humanas avanzadas, la nación es un referente de un grupo específico de sapiens, y el nacionalismo, su expresión defensiva en contra de todo lo que no es controlado por el propio grupo.

En una singular mezcla de odio y miedo, la política se dificulta, y los acuerdos entre grupos diversos se complican. Cuando fracasa la negociación, basada en la razón, lo que sigue es la guerra, violencia, enfrentamiento y eliminación.

Ninguna variedad animal, ha mostrado características más agresivas contra especímenes de su misma especie, que el homo sapiens. Recorramos la historia y saquemos conclusiones. Las guerras asiáticas, teniendo como centro a China y los mongoles, han sido las más devastadoras, cerca de 222 millones de víctimas a los largo de los siglos.

Ya en occidente, las guerras napoleónicas difícilmente produjeron 7 millones de muertos. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial, cobró la vida de más de 30 millones de personas, entre otras causas, por la mala interpretación que hicieron los generales alemanes y aliados de la época (Ludendorff y Foch), de las estrategias de ataque, que analizaba Von Clausewitz, para obtener una victoria: un ataque masivo en un lugar específico, tal como lo hacía Napoleón. El único problema, fue que los batallones de soldados se encontraron con una nueva arma: la ametralladora, con capacidad ilimitada de tiros y con una gran rapidez de disparo, que segaron jóvenes vidas, sin cesar. La masacre fue espantosa.

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Tan solo veinte años después de terminada esa contienda, dio comienzo la Segunda Guerra Mundial. Las innovaciones tecnológicas ahora permitían mejoras substanciales para eliminar enemigos, especialmente la aviación. La carnicería fue tal, que se estima que las bajas causadas por el fanatismo nazi, el fascismo  italiano y el militarismo japonés, llegaron a 70 millones de personas, rubricando la contienda, la inauguración de la era atómica, con el lanzamiento de bombas sobre Japón.

A partir de ahí, los europeos decidieron formular políticas para atemperar la animosidad nacionalista que tantos conflictos creó en ese continente. La razón aconsejó, con la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética, la creación de un orden supra nacional denominado Unión Europea. Más allá de situaciones comerciales y económicas, la Unión ha propiciado la mitigación de los conflictos. La sustitución de los orgullos nacionalistas locales, por el de asumirse como “europeos”, ha sido la clave que ha permitido a Europa, un largo período de paz.

Por eso, la salida de Inglaterra de la Unión, es muy peligrosa. También lo es, la apuesta militarista basada en el miedo, el odio racial y el nacionalismo, con que el señor Trump, acicatea a sus seguidores. La especie homo sapiens, ha demostrado una gran fragilidad de su cerebro mamífero cuando es atemorizado, mostrando una fuerte disposición a reaccionar agresivamente, desatando guerras.

El problema, es la gran potencia del armamento moderno. Si tan solo los ejércitos de la Segunda Guerra, hubieran tenido armas automáticas del tipo del AK-47, entre su equipo, el exterminio hubiera sido significativamente mayor. Todo esto, más allá de la capacidad de destrucción masiva de todo el planeta, a través de ataques con misiles balísticos intercontinentales, dotados de cabezas nucleares. Estúpidamente, el señor Trump, anda jugando con fuego. Ganar otra guerra, nos puede llevar a la aniquilación.

Twitter: @carce55

Artículo publicado en AM LEÓN, el 19 de marzo de 2017

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BE COOL

 

Carlos Arce Macías

El mundo sigue pendiente de cada movimiento que hace, el hasta ahora presidente electo de los Estados Unidos. México, por razones más que justificadas, se asombra cada día de las decisiones que va tomando. Pero es momento de parar. Demasiadas especulaciones, que permiten vender nota a periódicos y medios electrónicos. En tanto no tome posesión, se den los nombramientos y las instituciones americanas empiecen a funcionar, casi todo está en el aire.

Por lo pronto, en cuestión interna, ha habido un hecho, que debe de tener serias consecuencias, no son dichos, sino hechos. El señor Trump, operó los mecanismos necesarios para evitar el éxodo de una compañía americana, de la que ha sido accionista, de Indiana a Nuevo León. Para evitar la mudanza se comprometieron apoyos económicos y deducciones de impuestos por 7 millones de dólares. La empresa, aceptó cortésmente las dádivas y anunció su decisión de quedarse en suelo norteamericano. Dándoles dinero a cada industria que amenace con trasladarse a Canadá o México, todos se quedarán ahí.

Este no es un asunto de nuestro país, es una cuestión interna del gobierno norteamericano para retener su planta manufacturera. Aunque no sea racional, tienen derecho a hacerlo… el problema es lo que fiscalmente les costará esa estrategia.

Esta primera decisión del magnate convertido en presidente, descarrila la delicada política de competencia, base de un capitalismo funcional, tan internalizado por la economía norteamericana. ¿Con que criterios se decidirá a quién apoyar y a quién no? ¿Qué repercusión en los mercados internos se producirá por adoptar estas disposiciones de forma tan ligera? No por nada, ya salió la primera crítica de la señora Sarah Palin, exgobernadora de Alaska y compañera de partido de Trump, insigne miembro del “Tea Party”: “eso es economía de compadres” sentenció sobre los apoyos a la empresa Carrier.

Pero también pueden darse otros tipos de consecuencias. Si se pretende vender el producto en otros países, se le puede denunciar por prácticas de comercio ilegales, al recibir subvenciones a sus empresas que conduzcan a precios ficticios. Los litigios comerciales internacionales pueden estar en puerta, para las industrias que se encuentren en estos casos.

Ante tal decisión, será muy difícil enderezar críticas a los países asiáticos, especialmente a China, por otorgar subsidios estatales a sus empresas. ¿Con qué cara podría Estados Unidos reclamar prácticas desleales de comercio a cualquier país? El orden comercial mundial, hasta ahora sujeto por alfileres, podría desgarrarse produciendo gravísimos daños económicos a nivel global.

Aparte de lacerar profundamente la libertad empresarial, establecer normas objetivas para propiciar la estancia de compañías en suelo estadounidense, será un reto endiablado. ¿Cuántas empresas pueden hacer la finta de trasladarse a nuestro país, con el solo objeto de volverse sujetos de subsidios gubernamentales para permanecer en su país de orígen?

El pleito que Trump está planteando, aún cuando lo dirige hacia su vecino, no es real. Los datos son contundentes: México es el gran socio de la sexta economía mundial, que es California y de la décima, Texas. Esa es el alma del TLCAN. Aporrear a México es lesionar gravemente las economías de California, Arizona, Nuevo México y Texas. De la dinámica comercial entre nosotros y los americanos, dependen la friolera de 565,000 empleos en California y 382,000 en Texas, 322,000 en Nueva York, 290,000 en Florida y 200,000 en Pensilvania, más los que se acumulen de otros estados de la Unión. Solo eso. Para concluir esta ráfaga de datos, en nuestro país están establecidas 26,600 empresas norteamericanas, a las que afectaría dramáticamente un cambio radical de política entre ambos socios comerciales. Esa es la realidad.

Por otra parte, forzar la negociación de un tratado comercial como el TLCAN, es abrir la caja de Pandora. Y probablemente el punto crítico, no sería la renegociación con México, sino el infierno interno desatado entre las empresas americanas beneficiarias del tratado, unas por mantener sus privilegios, y otras por ser incluidas en la nueva transacción. Dinamita pura, para los gobiernos, que involucra también a sus congresos. Política de presión pura y dura para todos.

Por eso debemos atemperarnos, hasta que las decisiones empiecen a llegar. Con frialdad y sin timidez, habrá que ir revisando las decisiones de Trump y su equipo. Si quiere levantar un muro, que lo haga, así sellará su país no solo frente a la inmigración ilegal, sino contra el narcotráfico. México podrá dejar de gastar en perseguir a los transportadores de la droga, que se estrellarán una y otra vez, contra el imponente muro. Será un alivio y un ahorro de dinero y de vidas. Buena noticia ¿no? En tanto, calma, be cool.

Twitter: @carce55

 

EL GATILLO DE TRUMP

Carlos Arce Macías

Ríos de tinta correrán tratando de encontrar el cauce de los motivos de una gran parte de los norteamericanos, que prefirieron votar a favor de un candidato impresentable, antes que darle su voto a una mujer, símbolo de la cultura política tradicional.

La primera reacción, es que los ciudadanos están hartos de su gobierno, en dónde la crisis de representatividad es cada día más profunda. Los electores no están siendo representados a cabalidad. El beneficio común no impera en los congresos, los ideales democráticos han sido abandonados, ante el imperio de los intereses políticos y de la oligarquía.

Instalado este enojo, encarnado por la personalidad de la señora Clinton, y las negociaciones y acuerdos políticos que a diario se entretejen en Washington, a espaldas de los electores, y solo en beneficio de empresas, representadas por audaces cabilderos; se exacerbó con patrañas nacionalistas y de corte claramente racista y xenófobo. Así pues, no resultó complicado amasar un mensaje radical, dirigido a las emociones más primarias, que calaron como cuchillo en mantequilla, en las ingenuas mentes de los americanos de pequeños condados, de corte ultraconservador.

Estamos ante el enfrentamiento final entre la ciudad y la pequeña comunidad. Entre el conservadurismo a ultranza, basados en un puritanismo religioso muy arraigado, propio de personas de edad madura, frente a una sociedad progresista, cuya mentalidad se encuentra configurada en el post-cristianismo, que impera en las ciudades de corte global (situadas sobre todo en las costas) abiertas al libre tránsito comercial y de ideas, y que apuestan por un cúmulo de libertades, intolerables para los conservadores.

La megalópolis, frente al comunitarismo rural, engarzado a sus valores tradicionales. La vida rígida y ordenada de los cuáqueros fundadores de la nación, frente a la dinámica citadina, construida sobre libertades y contactos globales, donde se apilan todo tipo de razas y creencias, en un continuo y tumultuoso happening de milenials. Dato toral, donde hay universidades o en grandes complejos citadinos, el voto por Trump, fue totalmente minoritario.

Los conservadores perdieron por un pequeño margen, en votos totales (250,000). Sin embargo, el sistema electoral americano, dará el triunfo al candidato republicano dentro del Colegio Electoral, que se cuenta por estados ganados. Los liberales, se verán sub-representados en el Congreso, gracias al injusto sistema de mayoría pura, sin representación proporcional, tan reclamado constantemente en México. Ahí tienen los resultados, todo para el ganador y nada para el perdedor, aunque al final éste tenga más votos.

Hoy la más poderosa nación del mundo, está profundamente dividida, no por el resultado de la elección, sino por los mensajes de la campaña del señor Trump. Y nos tocará vivir uno de los cambios más dramáticos que se hayan dado, luego de las guerras mundiales del siglo XX. Todo puede suceder, a partir de estos últimos movimientos, que han desestabilizado el arreglo político del liberalismo tradicional, triunfante después de la caída de la Unión Soviética.

Los votantes conservadores quieren empleos, como los que poseían en los años 70´s del siglo pasado. Y el problema, es que empleo en el mundo está en crisis, no solo por la mano de obra barata y el bajo costo del transporte marítimo interoceánico, con mayores capacidades de tonelaje por viaje, luego de la apertura de las nuevas esclusas del canal de Panamá. La irrupción de la robótica ha revolucionado y puesto en jaque al mercado laboral, por la substitución de seres humanos por máquinas que realizan las tareas más rápido, mejor y sin defectos. No hay forma de revivir los viejos tiempos en Detroit, con alta producción de automóviles, empleos bien pagados y protegidos por poderosos sindicatos. Eso se esfumó.

La renuncia al libre comercio y el retorno al feudalismo, obliga, como lo ha propuesto el candidato republicano, a levantar murallas en derredor de la comunidad nacional. El rechazo propuesto por ambos candidatos al Acuerdo Transpacífico de Integración Económica (TPP), negociado con 12 países de América y Asia, significa la renuncia de los Estados Unidos a liderar el comercio mundial, con el acento puesto, especialmente en el enfrentamiento con los chinos. ¿De verdad es ese el interés de los americanos? China sonríe.

Pero lo que más debe de preocupar, es la tensión social que se ha despertado en tierras del Tío Sam. La historia demuestra que el alivio de grandes tensiones, se da a través de la guerra. De ahí las explicaciones a los constantes conflictos que ha vivido la humanidad.

Ante un futuro incierto, ante un galopante cambio de paradigmas, ante la transformación de la vida local en comunidades globales en contacto con todo el mundo, ante la superación de mitos religiosos por un nihilismo desbordado por jóvenes ajenos a creencias tradicionales, se instala el miedo.

Y el miedo es uno de los percutores más efectivos en la mente, ya que se produce en la amígdala cerebral, que es parte del cerebro arcaico, accionador de los impulsos más primarios de defensa y ataque. A ese gatillo llegó el dedo de Donald Trump. Ha sido irresponsable, porque al activarlo imprudentemente, provoca una de las respuestas inconscientes más rápidas y contundentes: la agresión y el ataque.

La violencia se ha instalado en la sociedad y la confrontación con armas cada vez más destructivas, puede desatarse rápidamente. A las guerras comerciales, le siguen las conflagraciones armadas. La motivación primaria se impone sobre los procesos racionales. Ese es el peligro inminente.

Twitter: @carce55