Carlos Arce Macías
A diferencia de otros lugares del mundo, México posee un calendario que extiende largamente el periodo de transición entre la elección y la toma de protesta como Presidente de la República del candidato ganador. Se trata de cinco largos meses de interregno, en los cuales el presidente saliente ha perdido todo el poder, en tanto que el ejecutivo electo no dispone aún de facultades de gobierno.
Durante esta nebulosa época, se da una romántica luna de miel del gobernante designado, con sus votantes, en donde las promesas de campaña comienzan a transformarse en planes de gobierno. Los nombramientos a los principales puestos comienzan a conocerse y la especulación se sublima a niveles inconmensurables.
En estos momentos, los colaboradores cercanos al nuevo presidente descubren que tan apreciados son por la sociedad. Las invitaciones menudean, todos los escuchan con atención y celebran lo visionario de sus planes. Muy pocos critican, y de seguro, quienes lo hacen, son impulsados por la mala fe, son los ardidos que perdieron la elección. Se viven momentos de plenitud; las horas aciagas de la campaña electoral, con sus vuelcos inesperados, las urgencias y ataques de toda índole, han quedado atrás. Cada sílaba, cada frase, cada oración, es celebrada por las multitudes ganadoras en festejo continuo. Es más, pronto, la columna de aplaudidores automáticos, se incrementará con los nuevos desertores de otras formaciones políticas, que de pronto descubren haber vivido en el error, para sumarse a los vencedores y de ser posible, con un poco de suerte, lograr algún cargo o posición.
No falta quién refiere ser amigo cercano de un primo, a su vez amigo íntimo de quién ha sido nombrado para ocupar algún importante cargo. De manera pasajera, los nubarrones se disipan y el futuro aparece esperanzador. “Diosito, no me des, solo ponme en donde haya”, se reza entre los cultivadores de la suerte sexenal, que se juega periódicamente en nuestro país. No hay méritos, solo los milagros existen.
También los psicólogos clínicos, van dando cuenta de los cambios en la personalidad de los encumbrados miembros de la futura camarilla gobernante. De la noche a la mañana se advierten dueños de una inteligencia desproporcionada y una apariencia física, agradable a todos. Pocos resisten la lluvia de halagos constantes que cae sobre ellos. Su personalidad muta, y tanto la soberbia como la vanidad, comienzan a anidar en su subconsciente.
Mas temprano que tarde, aparecen las ideas transformadoras que convertirán al país en un nuevo paraíso. Los sueños se echan a volar. Los problemas atávicos, serán resueltos en base al simple recambio de funcionarios, que ahora sí saben como resolver el nudo gordiano que atenaza a la administración pública.
También hay lugar para las promesas de campaña. Es momento de fraguar planes para que aquellos postulados que provocaban el aplauso estruendoso en la plaza pueblerina, se conviertan en realidad. Hay que cumplirle al respetable público. Por lo pronto, no se utilizará el avión presidencial, se disminuirán significativamente los sueldos de los burócratas y se descentralizará todo el aparato federal, destinando dependencias y entidades a diversas regiones del país. Pura ocurrencia.
Problemas habremos de encontrar para la venta del jet presidencial. Un primer inconveniente es que el aparato no es propiedad de la presidencia, sino de una arrendadora. Esta ha firmado con Banobras un contrato de arrendamiento financiero del avión de última generación, y luego se ha entregado en comodato al Estado Mayor Presidencial, según información que ha podido verificarse. La única posibilidad de devolver la aeronave, será incumpliendo el contrato de leasing con el arrendador, ocasionando con ello fuertes sanciones por el incumplimiento del pacto. Se perderá mucho dinero y finalmente se necesitará un transporte similar.
Ahora analicemos la disminución de sueldos. Imagínese usted, como asegura mi amigo Alfredo Acle, a un general frente a su ejército. Están a punto de entablar una batalla trascendental. Comienza la arenga final, y el líder les informa a sus combatientes que les reducirá el sueldo a la mitad, que no dispondrán de seguros de gastos médicos mayores, tampoco del seguro de separación, los oficiales no tendrán chofer ni secretarios particulares; pero el enemigo está encima, la batalla será dura y deberán exponer su carrera para lograr la IV Transformación de México. Seguramente, con la moral exultante, generada por tan buenas noticias, ganarán la decisiva y feroz batalla. ¡Sorprendente!
Pero quedaba pendiente otra noticia. Las dependencias serán descentralizadas, para mudarse a diversas zonas del país. Se trata de una dispersión colosal. La burocracia tendrá que abandonar a sus familiares, retirar a sus hijos de las escuelas, dejar sus hogares, para ir a buscar la tierra prometida en otros lares. El costo de semejante decisión será monumental. Aparte habrá que construir la infraestructura para recibir, en muchos destinos, a los miles de burócratas en éxodo. Se trata de una extravagancia irracional.
Por último, el período de transición puede elevar, aún más, la animosidad transformadora de los nuevos gobernantes y desatar más propuestas ingeniosas, imaginativas, pero finalmente absurdas. Total, ellos sienten que son el cambio y a México lo transformarán. Chivos en cristalería. ¡Agárrense!
@carce55