MEDITACIONES PARALELAS

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Carlos Arce Macías

En el nuevo departamento, ubicado al fondo del Jardín de la Emperatriz en Palacio Nacional, el presidente de la República cavila. Está tenso y preocupado. Supeditados a un poder autocrático, sus seguidores y miembros de su partido, esperan la decisión que tomará ante sí, para designar a su sucesor en el trono. No existe, hasta ahora, ninguna externalidad que impida que se lleve a cabo su voluntad

Jardín de la Emperatriz

Según parece, la nominación recaerá sobre la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, la cual se encuentra en una desenfrenada campaña proselitista para evidenciar su fuerza política. No ha dudado en distribuir costales de maíz entre campesinos calificados como miserables, que en Huimilpan, Qro. son convocados a su mitin. El tufo de los años setenta del siglo pasado se percibe nítidamente. México va de reversa.

El presidente sueña con encumbrar a la “corcholata” (así ha denominado a sus precandidatos que él mismo descarta o apoya) que le garantiza incondicionalidad absoluta y la posibilidad de seguir mandando en el país. Una especie de Pascual Ortiz Rubio versión 2.0, del que se decía en tiempos de Plutarco Elías Calles: “Aquí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”, en alusión de la casa particular de Calles, situada en las inmediaciones del Bosque de Chapultepec, mientras el presidente habitaba el Castillo adaptado por Maximiliano como morada imperial.

Sin embargo, se detectan resistencias. Los accidentes en el Metro de la ciudad de México y las fallas continuas, así como la baja en las encuestas de la corcholata favorita, hacen que el aspirante a dictador transexenal dude y se incomode. Pero se autoafirma en que la candidata oficial deberá ser la que él mismo ha destapado y lanzado a la jaula de los leones. López mira la luz cenital que se desparrama sobre el Valle de Anáhuac, en tanto intenta tranquilizarse por la imposición que ha determinado.

En Guanajuato Diego cavila. Nervioso y turbado, desea que su decisión para lanzar un candidato oficial sea la acertada. Recuerda como su antecesor lo ubicó como delfín e impidió cualquier tipo de rebelión. Pero ahora los planes parecen fallar. Varias corcholatas han sido lanzadas al ruedo sin éxito. Habiendo quedado la estrategia en manos de su círculo de confianza, una pequeña camarilla conformada por personajes de pocas luces y ceñidos a negocios desde el poder, extravían el rumbo a cada paso que dan. Por impericia el gallinero se le ha alborotado.

Y es que su miopía sobre la cosa pública, le impide detectar, que el solo nombramiento de un “candidato oficial”, se convierte en beso del diablo para quien elija como heredero. El haber enviado a emocionados y festivos burócratas estatales a hacer campaña al Comité Municipal del PAN en León, resultó un error difícil de solventar. Inspirado por su consejero áulico, se equivoca a cada paso, olvidando aquella máxima de la política que dice: “Solo se comete un error, los demás son consecuencia del primero”. Y ya se equivocó.n

Construyendo una candidatura oficial

¿Es Diego un autócrata? Eso pensamos. Impera sobre el Legislativo y su influencia en el Judicial es mayor a la del presidente de la República respecto a la Suprema Corte de Justicia. Acá no existe un equivalente a la magistrada Piña.

Hagamos un corte y saquemos conclusiones. El ámbito federal padece el gobierno de un sátrapa y la república y la democracia están en pleno retroceso y bajo acoso. Pero en nuestro estado la política no vive tiempos de democracia y libertad. Las organizaciones ciudadanas son desoídas y ninguneadas, los organismos empresariales están a la deriva y no se han ganado el respeto. La nueva generación de empresarios aspira solo a convertirse en nuevos “gallos”, para realizar negocios al amparo del poder. Vil economía de compadres que barrunta en corrupción galopante.

Recomendación de viejo: los que quieran ser candidatos del PAN, que se fabriquen sus propias alas y busquen a la ciudadanía, sin admitir impresentables en sus equipos ni espaldarazos gobiernícolas. Que vuelen tan alto como les permitan sus virtudes y talentos. Mientras, Andrés y Diego cavilan, sumidos en sus sueños repletos de sombras y miedos, rodeados de incondicionales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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LA FIESTA DEL DELFÍN

Carlos Arce Macías

Recuerdo mis primeros años de estudio en Guanajuato. Un joven político, consentido del presidente Luis Echeverría, arribaba a la gubernatura del estado, a la edad de apenas 36 años, lleno de enjundia y confiado en una carrera prometedora, que quizás lo llevaría a las posiciones más descollantes de la política mexicana.

Eran otros tiempos. La democracia era una farsa, y todo se limitaba a un sainete de formalismos y liturgias, para intentar construir cierta apariencia de participación corporativa en la toma de decisiones del monolítico Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Resultaba vergonzoso. La mancillada división de poderes, clave para cimentar un gobierno moderno, equilibrado por los contrapesos que se ejercen sobre los poderes legislativo y judicial, eran inexistentes. El gobernador finalmente palomeaba las listas de posibles candidatos a la diputación local, resultando conformada por un grupo de incondicionales que volvían nugatoria la rendición de cuentas. Cuanta iniciativa era enviada, se procesaba en automático para no provocar la ira del joven ejecutivo. La oposición resultaba testimonial, y sus razones eran ninguneadas por una mayoría aplastante y leal hasta la ignominia, con que contaba el PRI en la Cámara estatal.

Los presupuestos eran ejercidos de manera discrecional. Los subejercicios se manejaban a contentillo, y  la opacidad reinante, permitía la libre disposición de los dineros públicos. La obra estatal era asignada a las empresas que llevaban buenas relaciones con el gobierno. Para efectos prácticos, no existía un sistema de responsabilidades de los servidores públicos, que pudiera establecer sanciones por la negligencia o falta de probidad de los funcionarios.

A sus 36 años, Ducoing era el segundo gobernador más joven de México. Como consecuencia del ánimo por congraciarse con la juventud, luego de los trágicos sucesos de 1968, Luis Echeverría había decidido impulsar a algunos jóvenes a puestos de gran responsabilidad dentro del gobierno. Otro personaje de esos tiempos fue Porfirio Muñoz Ledo, quién a sus 39 años, era nombrado secretario del trabajo, en un gabinete presidencial tradicionalmente maduro.

El delfín de Echeverría en El Bajío, gobernaba a gusto, sin oposición que lo acotara. Su palabra y voluntad, eran cumplidas con rapidez y eficacia. Incluso, recordamos, cuando de la noche a la mañana decidió defenestrar al alcalde de Guanajuato, sin mediar causa justificada alguna. Solo su voluntad. Esa era la forma autoritaria de proceder, en aquélla época.

En pleno fascismo abajeño, siempre, cualquier motivo para celebrar al autócrata estatal, resultaba indicado para manifestar la dicha popular por el talentoso gobierno de tan célebre personaje. De tal manera, su cumpleaños se convertía en el pretexto laudatorio perfecto: ¡Aleluya, aleluya! Celebremos el aniversario del nacimiento de nuestro ínclito gobernante.

La apoteosis iniciaba con el cántico de “Las Mañanitas” por conjuntos musicales, para provocar el retorno del homenajeado a la realidad, bajo el influjo de los corridos de José Alfredo Jiménez. El desayuno congregaba a la clase política mas cercana, ya que ellos constituían la feliz familia gobernante… siempre y cuando no se alterara la sensible voluntad del gobernador.

Luego venía el besamanos. Larga fila de políticos locales, que habían viajado por la madrugada desde lejanos municipios, para estrechar la mullida mano de Don Luis. Con ellos, venía un pequeño séquito de incondicionales, transportando los regalos que la comunidad municipal enviaba, consistente en toda clase de presentes inimaginables, incluyendo, por ejemplo, a un hermoso caballo.

Luego venía el banquete en San Gabriel de Barrera, en donde no había límite al consumo de destilados, whiskey, coñac, ron o tequila. Los “amigos” pululaban por doquier. Nadie había querido tanto al encumbrado personaje, como el compadre o conocido que lo abrazaba eufóricamente. Así es la política, cuando se está en la cima, aparecen amigos por cientos. Mucha hipocresía y simulación.

Luego llegó el reino de las tinieblas. El joven delfín echeverrista, equivocó su apuesta sexenal a favor de Mario Moya Palencia, secretario de gobernación. El ungido por Echeverría resultó su amigo de juventud José López Portillo, el cual sabía de las preferencias del guanajuatense por su adversario político. Ducoing terminó en la cuerda floja, acechado por sus enemigos que olfatearon sus debilidades, y su estrella declinó sin remedio.

Menos mal, que con el tiempo y la enjundia de un partido fresco y democrático como Acción Nacional, la pseudomonarquía quedó liquidada en 1991. Luego de ello, los poderes estatales han sido reivindicados, hasta llegar a la actualidad en donde el legislativo funciona para exigir cuentas a los gobernantes, cernir las iniciativas del ejecutivo sin consideración partidaria alguna, y los presupuestos son verificados puntualmente para cuidar los dineros públicos. No existe la intención de intervenir en el nombramiento de quien encabeza el poder judicial, y los magistrados son nombrados por méritos y no por la relación política con el gobernante en turno.

Pero la felicidad nunca viene completa. Preocupa a los ciudadanos que a diferencia de los antiguos tlatoanis priístas, que no poseían la facultad de nombrar herederos, los últimos gobernadores panistas, no cejan en su intento de endilgar a los guanajuatenses a su delfín. Si se logra, correremos el peligro de que se equivoque la vía republicana y reconstruyamos, con más defectos, un gobierno premoderno. Acabaría así el sueño guanajuatense. Estaríamos de vuelta en el pasado.

@carce55

EL DELFÍN

Carlos Arce Macías
 Cuando a un gobernante le interesa que el poder quede en manos de un incondicional, a este se le llama delfín. El nombre tiene su historia, deviene del medievo francés. Desde 1349, el heredero al trono de Francia lleva el título de delfín, debido a su nombramiento como Conde de Vienne, región del este de Francia, cuyo escudo de armas porta dos delfines. Así nació la tradición de enunciar al sucesor del rey francés como delfín. Posteriormente se extendió el sustantivo, para enunciar al personaje, que se pretende imponer como sucesor a un cargo.


 Pero la diferencia entre la ruta nobiliaria de los reyes de Francia, con la voluntad de un gobernante civil, es dramática. En el régimen monárquico, la sucesión del poder se da por vía hereditaria. El hijo del rey, recibe por lo tanto el delfinado de Vienne, solo por el hecho de ser el primogénito y primero en la línea de sucesión al trono. Mientras que en un gobierno republicano, la decisión de nombrar un delfín, significa el rompimiento de las normas democráticas para el traspaso del poder. La asignación del puesto se realiza mediante procesos de competencia dentro de un sistema de partidos políticos. Mientras esto sucede, los gobernantes deben mantenerse al margen de ello, para no alterar indebidamente la contienda.

 Los partidos son la fuente de candidaturas para detentar el poder. A ellos corresponde hacer que los ciudadanos virtuosos, comprometidos, con verdadero espíritu de servicio y talento, sean propuestos para los cargos de representación popular y para los del ejecutivo. Y ahí radica el problema que ahora padecemos.

 Si el sistema de partidos políticos mexicanos actual, fuera el vigente en Inglaterra en 1940, los británicos nunca hubieran encontrado un Winston Churchill que liderara la guerra contra el nazismo. Hitler hubiera vencido con facilidad. Los partidos políticos se han trasmutado en las instituciones más resistentes a la atracción de talento, aunque esa es su principal misión. Si fueran empresas, estarían en quiebra.


 Los partidos han recorrido un trance evolutivo de la camarilla inicial, a los partidos de masas, luego a los partidos atrapa-todo (catch all), para finalmente convertirse en partidos cártel. De los grupos de interés cerrado, la organización partidista se transformó en “partidos de masas” desde mediados del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX. Guiados por una ideología (el socialismo por ejemplo), se tejía una gran red, que teniendo como base utopías y sistemas para organizar mejor a la sociedad y acceder a niveles superiores de vida, capturaba así adeptos, que finalmente terminarían votando las candidaturas que su partido postulara. La ideología definía el voto.

Pero las cosas cambiaron. A partir de los años 50´s del siglo pasado, surgieron los partidos atrapa-todo. La dinámica electoral (americanizada) se sustentó en el candidato, y no en los programas o postulados ideológicos. La propuesta de campaña se manufacturaba buscando promesas que beneficiaran a todos los sectores: empresarios, amas de casa, jóvenes, jubilados, trabajadores, etc. Para todos habría una esperanza particular de mejora. De esta manera, la sociedad entera cabría en un supuesto programa que repartiría beneficios indiscriminadamente.


 Los partidos se fortalecen en la disputa democrática, sofisticando cada vez más sus tácticas, y obligando al estado a entregarles mayores presupuestos. Al llegar a este punto, los partidos adquieren la capacidad de sobrevivencia más allá de sus éxitos electorales, ya que sus presupuestos se los permite, controlando importantes zonas de gobierno, así como la asignación de recursos. La sobrevivencia conjunta de todo el aparato partidario queda garantizada, y con ello, el cártel queda constituido.

 La principal característica de los partidos cártel, consiste en que no requieren de la participación entusiasta de los ciudadanos. Tampoco necesitan de sus aportaciones, dinero y negocios les sobran. Todos, en mayor o menor medida tienen acceso al gobierno, y se distribuyen sus zonas de influencia por acuerdos internos. Lo que necesiten, simplemente lo compran: votos, organización, sistemas, etc.. El poder es suyo, en tanto que la democracia queda infelizmente cancelada.


 Por eso, estando así las cosas, alrededor de los partidos, se congregan las ambiciones, muchas veces patológicas, de personajes que no tendrían cabida en otro tipo de organizaciones. Son los tripulantes de los presupuestos y de la distribución de beneficios personales y grupales. En tanto, los buenos ciudadanos, por salud, recato y previsión, no se acercan a estos tugurios.

 Y ese es el problema que ahora enfrentamos. Como lograr que los partidos políticos postulen ciudadanos serios y responsables a los puestos públicos, y que garanticen un buen gobierno, que no sea botín de unos cuantos. Exijamos, pues, que el gobernante no se involucre en el nombramiento de un delfín en previsión de una competencia leal y pareja; y votemos solo candidatos potables, libres de sospecha de corrupción. Porque queremos democracia, no autoritarismo.


@carce55