MACÍAS, EL CONSTITUYENTE

 

Carlos Arce Macías

 

Para José Natividad Macías Aceves, querido primo y gran médico

 

A cien años de la promulgación de nuestra Constitución, podemos afirmar que Don José Natividad Macías Castorena fue un constituyente sobresaliente. Diseñador de la propuesta de reforma de Carranza, el abogado originario de Silao había dejado la rectoría de la Universidad Nacional, para hacerse cargo de la defensa del proyecto carrancista en el seno de la asamblea constituyente de 1917.

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Siendo el más viejo de los integrantes, pues contaba con 59 años al momento de la convocatoria, era un venerable anciano de pelo blanco, y piel curtida por el sol del Bajío, de ese que cae a plomo sobre las feraces tierras circundantes a la montaña del Cubilete.

Macías siempre fue un ranchero, enamorado de los surcos y conocedor de la crianza de animales. Aún en su casa de la ciudad de México, edificada por el arquitecto Don Antonio Rivas Mercado; el segundo patio de la casa, estaba equipado para tener a resguardo palomas, conejos y gallinas. En sus cartas, dirigidas a su hermano Guadalupe, encargado de su hacienda, se consignan sus instrucciones para reparar bordos, construir canales, comprar becerros y prever heladas sobre los cultivos.

Jurista de combate, relata el insigne maestro Don Jacinto Pallares, que Natividad Macías era “uno de los abogados que más se distinguía a la hora de litigar, y uno de los que obtenía más triunfos en los tribunales, probablemente, porque en ese arte, era más distinguido que los demás abogados”. Su talento se había labrado en el claustro del Colegio del Estado de Guanajuato, en donde cursó la carrera de Derecho, graduándose en 1883. La formación que otorgaba a sus alumnos el antiguo Colegio, antecedente inmediato de la actual Universidad de Guanajuato, era destacada y de altísima calidad. La disciplina y el estudio eran la regla, las labores iniciaban a las 7 de la mañana y paraban hasta el anochecer. Su trabajo como ayudante en la biblioteca del Colegio, le permitió el acceso a importantes lecturas, tanto en español como en latín, lengua que dominaba con singular fluidez, desde sus estudios preparatorios en el seminario de León.

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Apenas concluida su carrera, se hizo cargo del juzgado civil, llegando a la magistratura en muy poco tiempo. Luego estableció su propio despacho, convirtiéndose en uno de los litigantes más importantes de toda la región. Su relación con el ex presidente Manuel González, en ese entonces gobernador del Estado; y el pleito jurídico que sostuvo contra el gobierno de Don Porfirio Díaz, en defensa de la Hacienda de Mayorazgo en Apaseo el Grande, propiedad de la familia Urquiza, lo impulsaron a establecer su bufete en la ciudad de México, el cuál rápidamente se convirtió en uno de los más cotizados del país.

Al final del porfirismo, Macías había atesorado un importante patrimonio como litigante de altos vuelos, encargado de los intereses de empresas extrajeras asentadas en México. Su dominio del inglés, obtenido por la obligatoriedad del estudio de ese idioma para los alumnos del Colegio guanajuatense, le proporcionó un valioso instrumento para relacionarse con los extranjeros y encargarse así, de los negocios legales de consorcios muy importantes.

Tiempo después, admirado por sus dotes jurídicas por el círculo porfirista, llegó a la XXV Legislatura de los diputados en 1910 y a la XXVI en 1912 (había reelección). Ahí se afilaron sus conocimientos parlamentarios, y trabó amistad con el inquieto senador Venustiano Carranza.

Con la caída del régimen de Porfirio Díaz, los boyantes negocios de Don Ramón Alcázar, uno de los hombres más ricos de México, se desplomaron. Macías aprovechó esa situación para adquirir en 1911 las 7000 hectáreas de la Hacienda de Chichimequillas, que incluían gran parte del cerro del Cubilete. Así su ánimo rural y campirano se apaciguaba y satisfacía, con la añorada adquisición agrícola.

Lanzado el Plan de Guadalupe en 1913, Natividad Macías se unió a su amigo Venustiano Carranza, que se levantaba en armas contra el traidor Victoriano Huerta. En 1914 fue nombrado director de la Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Nacional. Su experiencia previa, como maestro de derecho romano y civil, en el Colegio del Estado, y su prestigio como litigante, lo acreditaban para el puesto. Tan solo un año después, Carranza lo nombraba rector de la Universidad Nacional, cargo que abandonó en 1916, por un corto período, para intervenir en la creación de la nueva Constitución de México.

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En el constituyente ocupó una posición estratégica en el llamado “núcleo fundador”, luego de haber sido la mano redactora del proyecto reformador de Carranza. Durante los trabajos en Querétaro, intervino de manera fundamental en la redacción de los importantes artículos 27 y 123. Meses antes, en preparación para las propuestas en materia de trabajo, junto con Luis Manuel Rojas viajó a Estados Unidos, con el fin de analizar los avances de la regulación laboral en varios estados de la Unión Americana.

Dos debates sobresalen en el constituyente, en el que tuvo más de cien intervenciones. Uno de ellos, es una larga y sofisticada discusión académica, con su paisano Hilario Medina, sobre el artículo 18, que trata del sistema penitenciario. El silaoense se asumía como conocedor del tema, luego de haber permanecido preso en la cárcel de Belén, como miembro del la legislatura maderista. Así se enfrentaron el más joven de los diputados, el leonés Medina de tan solo 25 años, contra el más viejo. En una parte del debate Macias declara: “…permitidme dirigir una calurosa felicitación al señor Medina, que se ha revelado como un gran jurista, y como un verdadero hombre de ciencia. Me siento orgulloso de tener un paisano tan inteligente”.

Pero el debate que conmocionó a la asamblea constituyente, fue el que se sostuvo el 11 de diciembre de 1916, respecto al artículo 3º de la Carta Magna, que modificando la propuesta original, prohibía a las iglesias impartir educación primaria, en la línea anticlerical que perfilaría luego, con mayor claridad, el artículo 130. Ahí, Macías ganó el titulo de “monseñor”, por la apasionada y documentada defensa que hizo de la libertad de enseñanza, argumentando que esta no debía ser conculcada, como lo pretendía hacer el dictamen que se presentaba a discusión y votación. De ahí se deriva la imprecisa visión de un constituyente dividido entre moderados y jacobinos, luego transformados en carrancistas y obregonistas. No hubo tal, los números de las votaciones posteriores, indican una propensión clara hacia la unanimidad. La verdad es que casi todos los diputados eran leales a Carranza, en ese momento, pero privaba en ellos el sentimiento de revancha contra el catolicismo político, que había apoyado el golpe contra Madero.

Por su parte, Natividad Macías, trataba de evidenciar el peligro de dar pretexto a Estados Unidos para intervenir, una vez más, con la excusa de haberse desatado una persecución religiosa en México. Consideraba imprudente y políticamente riesgoso, enfrentar al clero mexicano, cuando apenas se empezaba a apaciguar el país. Aparte apelaba a la penetración de la religión católica, y la imposibilidad de desterrarla de la mente de los mexicanos, a través de los métodos que proponían los incendiarios constituyentes radicales como Múgica, Monzón, Colunga y Baca Calderón, entre otros.

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Macias siempre se auto definió como liberal. El fuerte sello de la formación recibida en su alma mater, el Colegio del Estado de Guanajuato, fundado por Don Manuel Doblado, había quedado sólidamente impreso en el rector-constituyente. En el debate del artículo tercero advirtió: ”Hay un hondo sentimiento religioso en este pueblo, y es natural, ha sido la educación de muchos años… las costumbres de los pueblos no se cambian de la noche a la mañana; para que un pueblo deje de ser católico, para que el sentimiento que hoy tiene desaparezca, es necesaria una educación, y no una educación de dos días o de tres; no basta que triunfe la revolución, el pueblo mexicano seguirá tan ignorante, supersticioso y enteramente apegado a sus antiguas creencias y sus antiguas costumbres, si no se le educa… y a medida de que el pueblo tenga instrucción, que la luz penetre a todas las consciencias, ese día, señores, las costumbres se modificarán, y entonces vendrá efectivamente, la renovación que todos esperamos”. Pero la inflamada camada de diputados radicales se impuso, y el ánimo anticlerical prevaleció.

Terminada la importante encomienda legislativa, Don José Natividad, regresó al claustro universitario, permaneciendo en el de 1917 a 1920. Acompañó a Carranza en su huida a Veracruz. Fue apresado y confinado durante una temporada en Lecumberri, excarcelado y obligado al destierro. Viajó por Europa, y se refugió, como muchos otros, en San Antonio, Texas, hasta que pudo regresar a México a finales de 1921.

A partir de esa fecha, continuó ejerciendo su profesión de abogado. Entre otros casos, patrocinó a la empresa inglesa “El Águila”, en contra de la expropiación petrolera de 1938, en un sonado y famoso juicio de amparo que gestionó. Finalmente, el 19 de octubre de 1948, la muerte lo sorprendió mientras leía apaciblemente, a los 91 años, en la terraza de su casa. Feliz final.

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Pero hay que advertir, que no partió sin antes cobrar cara su derrota parlamentaria sobre el artículo 3º de la Constitución. Así el 24 de abril de 1922, había accedido a la petición del obispo de León, Emeterio Valverde y Téllez, para que en la cúspide del cerro del Cubilete, ubicado dentro de su propiedad, en la Hacienda de Chichimequillas, se construyera una basílica o un monumento dedicado al Sagrado Corazón. Conociendo los aires liberales que colonizaban la cabeza del experimentado abogado, sospechamos que se trató de una respuesta a sus enemigos obregonistas, que habían asesinado, impunemente, a su amigo Carranza. Lo que Macías no podía adivinar, fueron los hechos que ocurrieron luego de la construcción del primer monumento a Cristo Rey: el bombardeo de la estatua erigida, la expulsión del nuncio apostólico, la confrontación con la Iglesia y el comienzo de la desgastante guerra cristera. La sangre seguiría corriendo. Ya lo había advertido el talentoso y perspicaz abogado guanajuatense. Pero no le hicieron caso.

Twitter: @carce55

Artículo publicado  en el AM  LEÓN,el 5 de febrero de 2017

 

 

 

 

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2 INDEPENDENCIAS 2 CONSTITUCIONES

Carlos Arce Macías

En el vértice entre los siglos XVIII y XIX, ocurrieron las independencias de las provincias inglesas situadas en América del norte y la independencia del rico virreinato de la Nueva España, hasta entonces parte del Imperio español. Con diferencia de 45 años, un suspiro para la historia, los dos hechos libertarios, transformaron la composición política de América.

Vale la pena entender, que estos movimientos de emancipación, tuvieron una fecha de inicio, un período de conflicto, y posteriormente, el reconocimiento formal por parte de la potencia colonialista. Este proceso le llevó 7 años a Estados Unidos. Proclamó su independencia un 4 de julio de 1776, y le fue reconocida por el Reino Unido el 3 de septiembre de 1783, mediante la firma de la Paz de Versalles.

En México, el primer movimiento de rebelión inició el 16 de septiembre de 1810. Sin embargo, la aceptación por parte de España de la independencia de México, no se da, sino hasta el 28 de diciembre de 1836 con la firma del Tratado Santa María-Calatrava. Debieron pasar, largos 26 años para poder lograr a plenitud la libertad del declinante Imperio español.

Los números hablan con claridad, mientras los norteamericanos lograron negociar con los ingleses su reconocimiento en muy poco tiempo, los mexicanos requerimos de mas de un cuarto de siglo y el paso efímero de un imperio y varias presidencias, hasta que Anastasio Bustamante, presidente conservador, logro la firma del ansiado acuerdo.

Así, una nación en corto tiempo comenzó a consolidar instituciones y avanzar en la formación de un gobierno modernísimo, conducido inicialmente por personajes universales como Washington, Adams, Jefferson y Madison. En contraste, México conformó un efímero Imperio, un Supremo Poder Ejecutivo, una República Federal y una República Centralista. De todo como en botica, a causa de una clase política mediocre, sin visón de largo plazo.

Mientras Norteamérica iniciaba su independencia con cerca de 4 millones de habitantes, Nueva España tenía 6 millones de pobladores. Para 1836, había cerca de 7 millones de personas habitando México. Pero los Estados Unidos habían crecido a una velocidad vertiginosa, impulsado por una fuerte emigración europea en busca de tierra y libertades. En 1836 ya tenía al rededor de 15 millones de almas asentadas en su territorio, superando ampliamente a su vecino mexicano.

En el campo jurídico, Estados Unidos de América aprobó su Constitución, el 17 de septiembre de 1787, bajo la influencia de Montesquieu y John Locke. Pero el momento fundamental, ocurrió con la incorporación de la Carta de Derechos, en 1791, inspirada en la Carta de Derechos inglesa de 1689 y en la Declaración de Derechos de Virginia. Y todo se cocinó entre virginianos. Thomas Jefferson, entonces embajador en Francia, pugnó por la inclusión de la Carta en la Constitución, apoyado por James Madison, su redactor. La lista de libertades es larga: de expresión de prensa, de asociación, de petición, de portación de armas y …¡de religión! Pero se obvió la referente a la prohibición de la esclavitud. Así nacía un gran texto jurídico, maculado por la omisión del sagrado derecho a la libertad que todo hombre debe de poseer.

México, sumergido en una turbulencia política constante, transitó hacia su independencia plena, bajo Los Sentimientos de la Nación de Morelos, un documento muy provinciano y sin aliento de la Ilustración. Luego vino la Constitución de Apatzingán, posteriormente el Plan de Iguala, para al fin abrir paso a la Constitución Federalista de 1824. En todos los instrumentos, con mayor o menor rigor, se enumeran un largo listado de libertades. A diferencia de Estados Unidos, la abolición de la esclavitud es clara y se festina. Pero también, en contraste con los vecinos del norte, en todas las propuestas, se establece el imperativo de que la religión católica sea la única que se profese en la nación. La libertad de creencia, queda anulada, estableciéndose un inoportuno estado confesional en México.

Así, las constituciones de ambos países nacieron con un tumor en su seno, a cual más peligroso. En los Estados Unidos, el mantenimiento a contrapelo, de la esclavitud, cuando reinaba un animo de reconocimiento de derechos para los ciudadanos. En México, en pleno auge de libertades garantizadas en los textos constitucionales, se omitió descaradamente la libertad de creencias, manteniendo la anticlimática influencia, en la vida pública, del poder religioso.

Con el tiempo, México padeció el lento crecimiento de su población, entre otros motivos, por restringirse la afluencia de inmigrantes que no profesaran el catolicismo. Esto tuvo como consecuencia el contrastante crecimiento de los Estados Unidos, y el débil aumento poblacional de México. Finalmente no fue posible resistir la presión demográfica de los norteamericanos y acabó perdiendo la mitad de su territorio. Para colmo, ante la eliminación en la nueva Constitución de 1857, del catolicismo como religión de Estado, y el establecimiento de la laicidad, se desató una brutal conflagración intestina: la Guerra de Reforma que duró 3 años y costó multitud de bajas.

Mientras, por la abolición de la esclavitud, los Estados Unidos iniciaron una de las guerras civiles más sangrientas de las que se tenga memoria. Entre 1861 y 1865, la Guerra de Secesión produjo más de medio millón de muertos.

No cabe duda, que resistirse al avance de las libertades, incluso, bajo la bandera de la creencia religiosa, no lleva al paraíso, sino a los fuegos infernales de la violencia entre hermanos. Las lecciones históricas están ahí, de nosotros depende hacerles caso o no.

Twitter: @carce55