EL AGUA Y EL ACEITE

Carlos Arce Macías

 Para mis queridos compañeros de la vetusta

generación 74´de la Escuela de Derecho de la UG

 Hace unas semanas, Andrés Manuel López Obrador, persistente candidato a la presidencia de México, realizó una gira a Chile. Ahí se entrevistó por 15 minutos con la señora Bachelet, presidenta de ese país, y se retrató en el Palacio de la Moneda, sede del gobierno chileno, bajo el retrato de Salvador Allende, el sacrificado presidente marxista, que murió en el ataque a la sede presidencial en septiembre de 1973, ante el golpe militar orquestado por la CIA y los militares chilenos, encabezados por Augusto Pinochet.

 López Obrador se declaró admirador de la figura de Allende, a quién erigió como apóstol de la democracia, equiparable a Francisco Madero. También celebró que “ahora se esté restableciendo”, durante el actual gobierno, la vida democrática en el país. Remató su declaración lisonjeando a Michele Bachelet, a quién considera el tabasqueño, la artífice del retorno a las libertades en Chile.


 Una semana después, el 4 de agosto en Chihuahua, fue convocado por el hiperactivo gobernador de esa entidad, Javier Corral un encuentro para discutir la conformación de un “Frente Amplio”, en donde participaron políticos y ciudadanos pertenecientes a diversas generaciones y posiciones políticas. Allí concurrieron tanto Cuauhtémoc Cárdenas como Gustavo Madero, Jorge Castañeda y Alejandra Barrales, Clara Jusidman, Ricardo Anaya, Emilio Álvarez Icaza, Agustín Basave, Santiago Creel, Guadalupe Acosta Naranjo, Alfredo Figueroa y Fernando Elizondo, quién destacó con un brillante posicionamiento.

 Ante ese significativo hecho político, desencadenado en Chihuahua, al proponerse un cambio de régimen, las interpretaciones y criticas se esparcieron por los medios de comunicación y las redes sociales, opinando algunos, que el acercamiento inicial entre PAN, PRD y distintas tendencias políticas que se dejaron sentir en el encuentro, eran equivalente a “juntar el agua con el aceite”, algo inconcebible en política, una verdadera contrahechura.


 Sin embargo, el estrecho y larguísimo país que es Chile, ubicado entre el mar Pacífico y la escarpada cordillera de Los Andes, nos proporciona la formula para combinar agua y aceite de forma virtuosa. Paso a proporcionar la información.

 Luego de la victoria del izquierdista partido de Unidad Popular (UP) en 1970 con el 36% de los votos (sic), Salvador Allende intentó un cambio radical en cuanto a la política y la economía del país, impulsando una agenda de corte nacionalista, estatista y de gasto desenfrenado. Al cabo de tres años, dejó a Chile con control de cambios, un marcado sobreendeudamiento, y una inflación del 606%. El país había decrecido el 5.5% en solo tres años. El caldo de cultivo para el golpe de estado, quedó perfilado, ante la muchedumbre de enfurecidas amas de casa, golpeando cacerolas en manifestaciones callejeras.

 De 1973 a 1990, la república andina padeció la feroz dictadura de Augusto Pinochet. Los derechos humanos fueron nulificados y violentados por la mano de hierro del autócrata. El camino de retorno a la democracia fue más complicado que escalar el Aconcagua. Muchos chilenos se vieron forzados a abandonar su país a causa de la persecución política. De aquéllas épocas, conocí a algunos verdaderamente extraordinarios, que encontraron cobijo en México.

 El drama chileno ocurrió bajo la combinación de dos tragedias: el forzar la imposición de una ideología diametralmente opuesta, sin contar con una mayoría suficiente que la respaldara; y la reacción a esa imprudencia con otra peor, inscrita en el contexto de la guerra fría y el acercamiento entre Cuba y Chile, retando la seguridad hemisférica de Estados Unidos, y propiciando un cruento golpe de estado, así como la imposición de una brutal dictadura que gobernó por 17 años.


 Sin embargo, se hizo la luz, y con ella la solución a esa infeliz circunstancia, mediante la construcción de un acuerdo político entre las fuerzas más disímbolas de la vida pública chilena: los partidos Demócrata Cristiano (derecha), Socialista (Izquierda), Por la Democracia (Izquierda) y Radical (Humanismo Laico), entre otros muchos. Juntos ganaron el plebiscito por el “No”, y vencieron a “Democracia y Progreso”, la coalición partidaria de fuerte raigambre pinochetista, durante las elecciones de 1990.

 La Concertación, restableció la democracia a plenitud en el país, mejoró la vida política a través del dialogo y entendimiento entre actores de diversa ideología, que aprendieron a ser tolerantes los unos con los otros, construyendo programas compatibles para todos. Gobernaron a Chile durante 20 años, con personajes de una gran calidad política: Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michele Bachelet.

 Pero el despegue inicial, requirió del talento de un líder con un rasgo a destacar: sus profundos conocimientos de derecho constitucional y administrativo, profesor universitario de estas materias, secretario del Instituto de Estudios Legislativos, y de la Comisión de la Suprema Corte de Justicia, así como director de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Ese fue Patricio Aylwin.


 Como conclusión podemos afirmar, tres cosas: la primera, que imponer una nueva ideología a un pueblo y mecanismos radicalmente distintos a una economía, sin el apoyo político y electoral suficiente, conducen al desastre. Segundo, que resulta aconsejable que el talento destacable del conductor de un experimento político cuya apuesta sea un cambio de régimen, recaiga en un profundo conocedor de la ingeniería jurídica. Tres, que para evitar dramas y tragedias, aceleremos la historia anticipando el desastre, con la construcción de una Concertación que nos evite el caos y la ruina. Queda como colofón, que en política nada es imposible, hasta el agua y el aceite se juntan.


 @carce55

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