Carlos Arce Macías
Los hechos ocurrían apresuradamente, en tanto las horas transcurrían inexorables. Los planes armados con mucho tiempo de anticipación, trataban de ceñir las diversas situaciones a lo preestablecido. Había que forzar a los partidos a jugar el rol que había sido preconcebido para cada uno de ellos, con la finalidad de entronizar, prácticamente sin competencia alguna, al todavía presidente del partido Acción Nacional, como candidato a la Presidencia de la República. Sería con un Frente, conformado por PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, o sin él; de cualquier manera Ricardo Anaya será candidato presidencial.
Sin embargo, el oráculo ya ha signado el destino. Se anticipa una dura contienda nacional para elegir al próximo presidente, 128 senadores, 500 diputados 8 gubernaturas y el jefe de gobierno dela Ciudad de México y un gran número de diputaciones estatales y ayuntamientos.
El Sumo Sacerdote de la izquierda populista, desde que perdió la última contienda en 2012, inició su campaña hacia el 2018. Tesonero, como es su carácter, recorrió una y otra vez el país para conformar su propio partido, y desde ahí apoyar una candidatura totalmente asegurada por la vía unipersonal y absoluta.
Por su parte, el partido oficial, el PRI, enfrenta una peligrosa situación. A diferencia de otras confrontaciones similares, en donde lo que iba en juego era refrendar la posesión del poder presidencial, ahora lo que se disputa es la futura libertad del actual presidente y su camarilla más cercana. Ha sido tal el saqueo realizado desde el Ejecutivo a las arcas públicas, que resulta claro que, de no vencer en la próxima elección, el grupo puede acabar en la cárcel, dada la rapacidad con que acometieron los dineros públicos. En esta elección va en juego su cabeza.
El PAN, que parecía tener el viento a favor, con una candidata puntera, que anticipaba una interesante ventaja sobre sus adversarios, sacrificó la unidad interna y botó por la borda la solidez moral de su dirigencia, a lomos de la más absurda ambición de su dirigente nacional para erigirse como candidato. Con dolosos manipuleos, el ahora “sorpresivo” precandididato, evaneció las ventajas en la competencia, para mágicamente convertirlas en menoscabos. Lo que parecía fácil, la mano de Anaya lo trocó difícil.
Y mientras todo esto ocurre a nivel nacional, en ese océano proceloso, navegan otros actores políticos como el gobernador del estado de Guanajuato. Él sabe que la situación es delicada y que las decisiones a tomar, serán definitorias del destino de la entidad federativa, de su futuro político y su desarrollo económico y social.
Como muchos gobernadores, urdió una cuidadosa trama, para obtener el favor del señor de los dineros federales, mediante un trato empático y lisonjero. Sabía que cualquier relincho, podría tener consecuencia en el reparto de fondos para su estado. Pero siempre su relación con el entonces secretario de Desarrollo Social y luego de Hacienda y Crédito Público, fue de confianza y amistad. Se lleva bien con él y nunca se le ha escuchado crítica alguna hacia el bisoño candidato tricolor.
Por otro flanco, la alineación partidista del Ejecutivo guanajuatense al grupo de torvos jóvenes que se apoderaron del PAN, se ha debido al interés por que se le permita designar a su delfín o sucesor desde el CEN panista. A diferencia de lo que marcaría el proceder democrático de su partido, en dónde la propia institución debía haber tomado en sus manos las decisiones sobre la candidatura del PAN a la gubernatura del estado, el señor gobernador decidió erigirse en Gran Elector. Remata su proceder, con la confianza que genera la cercanía de su delfín a las obscuras personalidades de la dirigencia partidista, cuando este formó parte de la hedionda Legislatura LXII, batida por el escándalo de los moches, resentidos directamente en Guanajuato, y hasta ahora no esclarecido por las instancias anticorrupción del partido blanquiazul.
Pero ahora Miguel Márquez se encuentra en un difícil dilema, al que la maquinación palaciega y la falta de transparencia y democracia partidista, inducida por el propio ejecutivo, lo ubica con crueldad ejemplar: ¿Con quién juega y a quién apoya el gobernador de Guanajuato? ¿Con Meade, su empático apoyador financiero o con Anaya y su frágil frente electoral, que le concederá la gracia del nombramiento a dedo de su sucesor?
La respuesta no se obtiene declarando a los cuatro vientos fidelidad partidista o respeto a una relación amable y profesional, sino paradójicamente, con la propia designación del candidato del PAN a la gubernatura del Estado. Miren, el planteamiento consiste en la aplicación del principio del máximo rendimiento. Lo explico: si el gobernador de Guanajuato apoya a su partido y al candidato Anaya, deberá impulsar aquella candidatura que propicie los más altos rendimientos electorales, sea quién fuere. La contienda será muy competida, y el Frente requerirá la mayor cantidad de votos posibles en aquéllos estados que domina a plenitud, como Guanajuato.
Todos sabemos que su delfín no levanta más entusiasmo que el de sus propios compañeros burócratas y apoyadores interesados, a los que ya se les ha ofrecido algún puesto. Si insiste en mantener como candidato oficial a su pupilo, estará manifestando su apoyo a Meade, ya que a sabiendas del bajo potencial de su incondicional, no le importará restar votos valiosísimos a su partido, y hacer más ceñida la elección guanajuatense. Ello beneficiará sin duda al tricolor y a su candidato. Sintetizando la paradoja: si postula al delfín, favorecerá al PRI; si busca al candidato que más altos rendimientos electorales garantice estará con el PAN.
Poco habremos de vivir, aquéllos que no alcancemos a ver el desenlace de este shakesperiano drama político. Prevemos días de agobio para el gobernador Márquez.
@carce55