ELECCIÓN EN CAMARILLA

Carlos Arce Macías

 Existe un fenómeno en la vida interna de los partidos, que ha ido desarrollándose y sofisticando desde hace varios lustros en el interior de las distintas formaciones partidarias. Se trata de la conformación de camarillas compuestas por militantes que buscan puestos de elección popular, y que se amalgaman para conformar una fuerza política interna, de tal magnitud, que acaba imponiéndose a cualquier proyecto diverso que intente obtener los mismos puestos en disputa. Se trata de una elección en camarilla.


Pongamos un ejemplo teórico, que nada tenga que ver con la realidad, para evitar herir susceptibilidades. Imaginémonos que en una entidad federativa van a llevarse a cabo comicios generales, que involucran gubernatura, diputaciones estatales y ayuntamientos. Lo normal, democráticamente hablando, sería atender cada una de esas candidaturas en su ratio, es decir en aquellas virtudes y capacidades que cada candidato debe poseer, para desempeñar, mejor que otros, el cargo al que se aspira. De esa forma, las coordenadas para cada elección en lo particular, se deberían mover en el terreno de las capacidades individuales; y la selección interna de los partidos debería pasar por una estricta evaluación de los precandidatos, teniendo como referencia su idoneidad para el puesto. Esta mecánica es la que filtraría las candidaturas, excluyendo a los poco capacitados, o claramente inviables. Estamos ante el hígado de la política, que debería funcionar para hacer llegar a los puestos públicos, a los militantes del partido mejor evaluados. Así debe de funcionar, desde el crisol doméstico de la vida partidaria, la democracia.

 Pero como sabemos por experiencia, algunas veces, la mano del diablo se presenta para trastocar los ánimos de honorabilidad. Esto sucede, cuando en esa entidad federativa hipotética puesta como ejemplo, un personaje, con ciertos respaldos y potencia política, empieza, casi siempre anticipadamente, a manifestar sus ánimos por la gubernatura, exhibiendo el supuesto respaldo del gobernador en turno. Las fuerzas políticas al interior del partido, se comienzan a alborotar. La apuesta por las futuras candidaturas, se desata, y de inmediato tenemos la conformación de una camarilla política, en busca de todos los puestos a disputarse en la elección general y el reparto de posiciones dentro del futuro gobierno.

 Describo pormenorizadamente: el impaciente precandidato a gobernador, acuerda con los políticos aspirantes al cargo de diputados, en los diversos distritos, apoyo mutuo. Casi siempre se trata de recursos por parte del futuro candidato a gobernador, versus la operación electoral en el distrito de que se trate, que le puedan aportar los diputados en proceso de reelección o nuevos candidatos. De esa forma, en la camarilla se impone un pacto de apoyo electoral, que esconde, por lo general, apoyos ocultos. Se vuelven cómplices de campaña. Esta misma lógica, se extiende a la conformación de los ayuntamientos, con la alianza entre el precandidato a gobernador y los aspirantes a alcaldes, síndicos y regidores. Todos en paquete.


 Y hasta aquí las cosas parecen funcionar a las mil maravillas, cuando se trata de lograr el control de la sucesión para el gobernador en funciones. Pero no se advierte el serio daño que está por ocasionarse a la democracia en el estado, al permitir que dentro del partido se imponga este perverso juego.

 Veamos: el compromiso con el funcionamiento democrático debe de consolidarse con hechos y no con discursos vacíos. Ser demócrata, en estos tiempos, conlleva riesgos, y exige valentía e inteligencia. Accionar a favor de la democracia requiere de una apuesta por la virtud, en cada nombramiento a puestos públicos, y apoyo político al líder de su partido, para lanzar a los mejores candidatos, los que de manera óptima puedan representar y hacer valer esa representación, en la contienda electoral.

 Por eso, permitir la constitución de camarillas electorales, es prefigurar un pacto político, sobre el que se constituye el criticadísimo “pacto de impunidad”. Los personajes que se involucran en la formación de estas camarillas, conforman un grupo de interés, un factótum, una asociación, que degrada y elimina la democracia interna de un partido.

 Al permitir conformarse este tipo de pandilla, algo que se suscita, inescrupulosamente, son los acuerdo de intercambio de puestos, que los miembros de estas camarillas realizan con otros partidos, para repartirse las posiciones electivas en algunas zonas, a cambio de asegurar el triunfo de sus candidaturas. Un estercolero al final de cuentas.


 Pero más allá del fraude a la democracia, el mayor peligro se presenta en el ámbito institucional de la rendición de cuentas: el Congreso estatal. En esa entidad federativa ficticia a la cual nos hemos estado refiriendo, el mecanismo de rendición de cuentas, quedaría cancelado, ante una elección en camarilla. El funcionamiento del pacto de impunidad y de respaldo incondicional, se establecería desde la afiliación al grupúsculo, y todo disenso al apoyo automático al nuevo gobernante, se convertiría en traición. A la vez, se quebraría la separación de poderes y con ello el funcionamiento republicano del Estado.

 En el patético caso de Veracruz y su raterísimo ex gobernador, se desnuda esta situación. Los compromisos inconfesables de estas camarillas, establecieron el respaldo y la aprobación mecánica de propuestas, iniciativas, presupuestos y aprobación de endeudamiento, sin que los diputados respingaran. Junto con Javier Duarte, los que deben de acompañarlo en la celda son todos los diputados que lo relevaron de la obligación de rendir cuentas. Así de contundente.


 Por eso, la única defensa de los ciudadanos, frente a un fenómeno de esta naturaleza, sería no votar por ningún candidato participante en un acuerdo de esta naturaleza. Primero la democracia, y luego los partidos. No hay opción.

Twitter: @carce55

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