Carlos Arce Macías
Como regalo navideño, recibí de parte de mis hijos un kit para realizarme un examen genético de la empresa “23 and Me” (el 23 se refiere a los 23 pares de genes de nuestro código). Hace unas semanas remitieron los primeros resultados, lo cual me llevó a repasar mis escasos conocimientos sobre genética e historia temprana de nuestra especie. La experiencia está resultando muy valiosa, porque clarifica los lazos ancestrales y prevé peligros en referencia a las cargas genéticas y las enfermedades a que estos rasgos nos exponen.
Quien haya leído el “Gen Egoista”, del biólogo evolutivo de la Universidad de Oxford, Richard Dawkins, comprenderá que lo importante en la naturaleza, es el gen, el cual crea estructuras vivas para permanecer (nosotros somos una de estas estructuras). La evolución de la vida, hasta donde la conocemos, se centra en esta unidad básica vital, que nos utiliza para sobrevivir, evolucionar y replicarse en la siguiente generación. La vida son los genes. Y los genes son más fuertes y resistentes, en tanto son más diversos.

Y teniendo como referencia esta cuestión, me adentré en los resultados reportados, que referenciaron mi ADN mitocondrial, o sea, el heredado por vía materna. Este linaje nos conduce hasta el alba de la especie, ubicada en el África subsahariana, en la región sur de Etiopía, en donde están ubicados los testimonios óseos de los más remotos ancestros. Este punto geográfico es conocido como “L”, data de 180.000 años de antigüedad. El reporte identifica la dispersión de nuestros cromosomas, a los 63 mil años ya se ubicaban en el norte de África, a los 50 mil en Arabia, hace 24 mil en Asia Central y 520 generaciones maternas atrás, se dispersaron hacia el este y oeste, terminando algunos en América y otros en Europa.
Por vía paterna el análisis es más complicado, porque el ADN es recombinante, cambia. Pero la ubicación primigenia es general para todos los Sapiens: de nuevo África central en el denominado punto “A”, hace 275 mil años, llegando como subgrupo RM343, 23 mil años atrás, al este del mar Caspio y a las inmediaciones de Europa; y hace 10 mil años, exactamente cuando comenzaba la revolución neolítica se extendía hasta los confines europeos. De ahí la referencia ancestral conecta, sorpresivamentecon un grupo genético ubicado en Irlanda en el 700D.C.

Lo que resulta impresionante es la mezcla que como herencia cargamos cada uno. En el estudio aparecen todos los componentes: nativo americano; europeo, africanos de diversas regiones; asiáticos centrales; judíos; chinos, etc. Total, un amasijo de una enorme cantidad de variantes, que elimina totalmente el concepto de raza, por insostenible, haciéndonos tomar consciencia de lo absurdo que resulta el racismo.
Pero el conocimiento genético no para ahí. La empresa ha identificado a cerca de 1500 parientes en el mundo. También se detallan diversos atributos dependiendo de los grupos y subgrupos genéticos a que pertenecemos, que pueden despejarnos diferentes dudas como: que tan susceptibles somos a las picaduras de los mosquitos, a la forma de nuestro cuerpo, a la preferencia de lo salado o lo dulce, a la producción de sudor, la caída de cabello o la propensión a sonrojarse.
Pero pasando a asuntos más trascendentes, la compañía californiana genera información personalísima, si uno lo desea, sobre la propensión a enfermedades encadenadas a nuestra genética particular: salud cardiaca, calidad de sueño, degeneración muscular, diabetes, colesterol, trombofilia, Alzhéimer y Parkinson. Es información que nos enerva, pero fundamental para prever el mejor estado de salud posible. Es peor optar por la ignorancia.

Es increíble el avance de la ciencia. Vivimos un mundo turbulento que contrasta con un conocimiento cada vez más profundo sobre nuestro funcionamiento biológico y evolución. Hay que agradecer a Charles Darwin, Gregor Mendel y los grandes genetistas de los últimos cien años su dedicación y avances en tan complejo tema de frontera. No cabe duda, estos estudios liquidan el creacionismo obscurantista que aún prevalece. ¡Avanzamos!
