Carlos Arce Macías
Después de la reciente derrota electoral del pasado domingo, la oposición no encuentra respuestas a su fracaso. No quiere entender que su oferta, basada en el enfrentamiento con el presidente de la República, no ha dado resultado. Tampoco comprenden que no son buenos opositores, que no saben desempeñar ese papel.
Pongamos como ejemplo a nuestra pléyade de panistas guanajuatenses, que han vivido en tiempo de vacas gordas. ¿Qué condiciones tienen para enfrentar a López Obrador? Son políticos, salvo algunas excepciones, oportunistas y acomodaticios, acostumbrados a recibir y ejecutar órdenes del gobernador. Cualquier fracaso de estos incondicionales, es atemperado por el salvataje del gobierno estatal. Pierden una contienda municipal, y se los llevan de directores o subsecretarios al estado. No están acostumbrados al trapecio sin red. Van a la segura porque esa es la seguridad que les confiere su indigna sumisión.
¿Así piensan enfrentar a las huestes del oficialismo federal? ¿Con soldados sin temple y valentía, que no están dispuestos a arriesgar su carrera política? Bajo esas condiciones nunca serán piezas que puedan mellar el avance de un gobierno un poco más autoritario que el estatal. Porque finalmente, los dos actúan de manera similar. Controlan los poderes legislativo y judicial. Uno intenta ser el país de un solo hombre, el otro es la entidad estatal de un solo individuo. No nos engañemos, el ejercicio del poder los ha emparejado y cada vez se parecen más.
López Obrador puede derrotar al panismo de Guanajuato. Tiemblen. Pero así es en una contienda electoral, todo es posible. Los astros pueden alinearse a favor de los personeros de la 4T, si logran reclutar un puñado de buenos prospectos para competir. Y puede tratarse de algún político desilusionado o despreciado en la asignación de puestos. O de algún ciudadano harto de la soberbia panista, decidido a acabar con la hoguera de vanidades azules.
El deterioro de esta clase política que nos gobierna en el ámbito estadual se palpa. Amigos del Instagram, se solazan abrazándose en los restaurantes de moda y publicitándose en redes. Sus corrillos sociales y su sectarismo resultan chocantes e insulsos. Se debaten entre ser influencers o políticos. De verdad se sienten importantes, cuando solo son peones de un mal jugador de ajedrez.

En la meritocracia que debería de regir el riguroso acceso al poder, pocos cuentan con las cualidades necesarias para ostentar cargos relevantes, como los de representar a los ciudadanos o para conducir administraciones complejas. Su encumbramiento se debe solo a la obediencia y homenaje a su jefe. Con ese ejército la batalla será muy difícil de ganar, y la futura administración estatal, en caso de victoria, estará condenada a la incompetencia e ineficacia. Será peor que ahora ¿No se han fijado que, a partir de la segunda década de este siglo, los gobiernos de Guanajuato se han deteriorado a paso acelerado? ¿Qué medidas se tomarán para que las cosas cambien? No hay nada nuevo en el horizonte, solo diciplina ciega a la instrucción decretada desde la cima de un gobernante atrapado en su torre de marfil.
Algunos guanajuatenses aún soñamos. Pensamos que debemos exigir competencia electoral dentro de los partidos y recambio de los perfiles tradicionales de candidatos. No queremos héroes, solo ciudadanos competentes, comprometidos a trabajar con honestidad en un gobierno frugal.
No requerimos milagros. Solo la renuncia a conformar redes de corrupción dedicadas a esquilmar los presupuestos públicos. Queremos un gobierno sensible a las necesidades de los ciudadanos, capaz de implementar políticas públicas eficaces. Pero para eso, debemos de impedir que sea solo una persona, la que decida e imponga a quién nos gobierne, porque ese es el camino al fracaso y la continuación de un Guanajuato violento. Dos sexenios lo comprueban.
