Carlos Arce Macías
“¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo quién está en ustedes?”
San Pablo, Corintios 6:19
El artículo 77 del Reglamento de Panteones del Municipio de Guanajuato, instruye que la utilización de restos humanos áridos (momias) solo se hará para fines culturales. También establece un extraño trámite para los deudos de ese tipo de cadáveres, los cuales se pueden inconformar para impedir que vayan a ser expuestos en algún sitio. En caso de proceder la solicitud, los descendientes están obligados a la incineración del cuerpo. Esta exótica norma, quizás única en México, provoca una reflexión profundísima: ¿por qué se obliga a incinerar el cadáver momificado?
Entre las muchas anécdotas que se desgranan en torno a “Las Momias de Guanajuato”, hay una poco conocida. Hace años, una mujer acudió ante un síndico municipal, a fin de solicitar, que le fuera entregada la momia de su ancestro. El deudo manifestó que su domicilio se encontraba situado en el callejón del Calvario, muy utilizado por los turistas, que suben a pie al monumento al Pípila; por lo cual había pensado montar un exhibidor que pudiera mostrar el cadáver, previo cierto pago, utilizando de esa manera a su antepasado para obtener un ingreso extra. Cosas que solo pueden acontecer en un exacerbado surrealismo.
El resultado de esa gestión es la norma que ordena la cremación de la momia, ya que, de otra manera, quienes tengan parientes momificados pudieran llevárselos a casa y comercializarlos. El artículo 77 establece de forma contundente que los restos humanos áridos descubiertos en los panteones del municipio, deben utilizarse exclusivamente para acrecentar el Patrimonio Cultural del Municipio.
Ahora bien, parte de la colección de cuerpos momificados que tanto sainete le han provocado a Guanajuato, serán exhibidos en un stand de la Feria de Verano de León. Se cobrará la entrada y el tenebroso alcalde de Guanajuato anuncia que con el billete se entregaran “cuponeras” de descuento para restaurantes y bares de la capital estatal. Hace meses algunas momias fueron utilizadas como atracción en la Calle Subterránea, en la celebración de tremendo guateque antrero. También las trasladaron a Zacatecas a una reunión de alcaldes. No faltaron tampoco como mudas testigos de la salida del rally anual que se corre en las calles del pueblo. Total, que la exhibición de cadáveres, que poco tiene de “cultural” y mucho de morboso, continúa de la seca a la meca, promocionando sobre todo la imagen chacotera del alcalde capitalino.

El uso que se les está dando a los cuerpos áridos es comercial y de promoción mercantil. No estaría nada mal, a fin de llevar al extremo el asunto, convenir con la Feria de León una exposición fija de las momias. Quizás sería una buena idea, en lugar de construir centros de inteligencia policiaca en el espacio ferial, edificar un gran museo de momias, que superaría con creces al de Guanajuato, y que podría contener una buena cantidad de zapaterías, locales de venta de productos orientales y una sección de fritanguerías. León es el primer destino turístico del estado. Sus flujos son superlativos. Los recursos que le generarían al municipio de Guanajuato serían muy importantes, pudiendo destinar alguno de ellos a un programa general de exhumación de cuerpos, que permita identificar más momias, que a la vez sean exhibidas en otras latitudes. Un museo en Dallas o Los Ángeles no estaría mal. Guanajuato cimentaría sus finanzas públicas en la exhibición de los rostros de la muerte. Pero dinero es dinero y negocios son negocios.
Sin embargo, ante este virulento y desbocado mercadeo, hay dos pequeños problemas que solucionar: la comercialización privada de momias guanajuatenses y la opinión de la Iglesia. La primera se soluciona con la derogación del articulo 77 del Reglamento de Panteones. Si el municipio se lanza a comercializar cuerpos, los descendientes de vestigios áridos tienen el mismo derecho de hacer su respectivo negocio. Con buena suerte, una familia podría conformar un buen patrimonio de dos o tres momias en exhibición. Se formaría, incluso, un mercado secundario de cadáveres exhibibles, que podrían utilizar los inversionistas para armar nuevos museos. Un panorama prometedor para generar buenos ingresos.
Meterse con la Iglesia no es cosa menor. Uno de los pilares de la religión consiste en la creencia de que habrá una resurrección de la carne que dará vida a los cuerpos mortales (Catecismo de la Iglesia Católica Segunda Sección, Capítulo Tercero, artículo 11: “Creo en la Resurrección de la Carne”). La carne, aunque árida. tiene un sentido místico para los creyentes. Por lo tanto, no resulta compatible con la comercialización soez que se pretende hacer de personas fallecidas. Admira la falta de caridad de los políticos negociantes. Habrá que ver que opina el Obispo de León al respecto. Hay que escuchar al Pastor.

Finalmente, consideramos que más allá de posiciones religiosas, la dignidad humana se proyecta respetando a los muertos. Siempre como referencia de nuestro lugar de origen está en aquel pedazo de tierra en donde se encuentran enterrados nuestros padres y abuelos. De ahí la necesidad de preservar y embellecer los camposantos. Es un reconocimiento al lugar en donde yacen nuestros muertos. Pero no todos piensan así, el ayuntamiento de Guanajuato no ve problema en mancillar tumbas y abrir féretros.
Mal habla de los ciudadanos de Guanajuato Capital, el convertir en deporte local la exhumación de cadáveres para exhibirlos de feria en feria. Aunque no sorprende las intenciones, siempre mercantiles, de gobernantes de baja calaña. Ahora los leoneses se unirán, alegres y festivos, al circo mortuorio que les han montado.
