Carlos Arce Macías
Esta semana ha sido muy enriquecedor en el debate político sobre la realidad de nuestro país. En diversos programas y en el mensaje al alba, que nos receta diario el presidente, se develó la realidad de la política mexicana. Con crudeza se ha descrito la condición de nuestra casta gubernamental, que en los diversos ámbitos gobierna el país. Como siempre, habrá algunas excepciones.
En pocas palabras: para ser político habrá que ser corrupto. La única forma de acceder a los puestos públicos y de permanecer en ellos, es transigiendo y aceptando la deshonra. La cantidad inmensa de dinero que se demanda para sostener campañas electorales (María Amparo Casar afirma que el gasto es veinticinco veces mayor al reportado ante el INE en cada campaña), condiciona a los políticos a robar dinero a los contribuyentes, saqueando las arcas públicas. Todo esto para atesorar fardos de dinero en efectivo, difícil de rastrear, que serán utilizados para la compra de votos y clientelización de los ciudadanos. Así la principal función de nuestros políticos consiste en sumergir a las personas en la indignidad.

La forma de extraer el dinero, presenta dos caminos: el primero, mediante los famosísimos moches, en donde se alteran precios de obras públicas y concesiones, o bien se condicionan permisos y licencias, o se otorgan privilegios para transgredir la normatividad a cambio de dinero; y segundo, a través de contratos ficticios con empresas fantasmas, en donde se pagan grandes cantidades por servicios que no se cumplen o por productos cuyo precio es inflado de manera escandalosa, para luego transferir las ganancias a los políticos patrocinadores del negocito (como la Operación Zafiro ).
El remate del método criminal es el lavado de dinero, industria muy en boga durante los últimos tiempos. Descubrimos cómo se “pitufean” recursos ( pequeños depósitos a cuentas para no provocar alertas bancarias), redes de transferencias internacionales de fondos, depósitos desde paraísos fiscales ( como Andorra e islas Cayman, a donde viajaba el hermano de nuestro presidente) y compra de inmuebles pactadas con lavadores profesionales, como bodegas industriales y centros comerciales ( como el caso de un excandidato presidencial).
Como todos están inmersos en estas maniobras, y casi nadie se salva, se estableció lo que se ha denominado como el “Pacto de Impunidad”, consistente en un acuerdo mafioso para no descobijarse entre delincuentes políticos, independientemente de colores partidistas. Allí entran todos (lo vimos con Ricardo Monreal cuando se le descubrió dinero en efectivo al subirse a un avión en Chiapas, evitando la consignación a la Fiscalía.).
Pero el asunto va más allá, gracias a una excepción, la del gobernador de Chihuahua Javier Corral, que en su búsqueda de “Justicia para Chihuahua”, ha podido mapear con precisión la operación de estas intrincadas redes de corrupción política. Se trata de una red interna, en el gobierno, manejada muchas veces desde la propia Secretaría de la Función Pública o desde los espacios hacendarios (Luis Videgaray, por ejemplo). Pero luego se crea una amplia red secundaria, de cobertura, para que ninguna filtración o error trascienda. En ella están incorporados periodistas, políticos de la oposición, empresarios privilegiados e incluso altos miembros de las iglesias. Un día Corral comentaba: “estamos peleando contra el mundo”, al descubrir la enorme extensión de la red criminal.

Pero ahora, todo se publicita y aclara, cuando el propio presidente explica que los dineros sustraídos para su movimiento, de las arcas del pútrido gobierno chiapaneco que encabezó Manuel Velazco, no era dinero robado, sino simples “aportaciones”. Porque cuando la causa lo justifica, todo se purifica.
Por supuesto, el argumento presidencial desemboca en el patético refrán de que “el fin justifica los medios”. Así, si el agobiado pueblo requiere la conducción redentora de un alcalde, diputado, senador, gobernador o presidente de la República, corromperse está permitido por usos y costumbres, así lo hacen todos y entre todos se protegen. Ser ladrones está bendecido.

Pero lo más grave, es que aunque sean corruptos, se asuman como honestos. Son pillos y rateros, pues, traidores al pueblo. Por eso hay que identificarlos y señalarlos, porque van encarrerados rumbo al 2021.