Carlos Arce Macías
Tomemos conciencia de cómo, cuando nos expresamos, normalmente utilizamos el verbo creer, en lugar de la palabra pensar. Creer es, según el Diccionario de la Lengua Española: tener algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté comprobado o demostrado. Por su parte, pensar significa: formar o combinar ideas o juicios en la mente.
Nuestras sociedades latinoamericanas, surgieron desde la época colonial, bajo la influencia de la contra reforma. Expliquémoslo, se trata del momento histórico en el que España y sus colonias reaccionan en contra de la Reforma, iniciada por Martín Lutero, que finalmente tendría consecuencias extraordinarias para el avance de la civilización. Se trata de un “up grade” al catolicismo tradicional, diluido por la corrupción clerical, los intereses imperiales y la monetización de la religión con base en la pasmosa venta de indulgencias. Una parte muy importante de los países sajones, se adhirieron a esta nueva forma de vivir el cristianismo, afiliándose al movimiento reformista, durante los siglos XVI y XVII. A partir de la aceptación de la relación directa con Dios a través de la lectura de las Escrituras, se logra introducir la libertad de pensamiento, que luego condujo al pensamiento científico y a la utilización de su metodología.
A esos cambios radicales de forma de vivir y creer entre los europeos, España respondió afianzando las creencias dogmáticas del catolicismo tradicional, repensadas desde el Concilio de Trento. Surge así un brazo religioso muy potente, con la creación de La Compañía de Jesús, los famosos jesuitas, con la misión de defender a toda costa su religión. El dogma poseyó, desde entonces, a los católicos, mientras que, en contraste, la libertad de pensamiento se fincó entre los protestantes.
La Reforma fue el fermento de la resistencia y los ataques al absolutismo con que se conducían muchas monarquías de esa época. Comenzó con la “Revolución Gloriosa” en Inglaterra en 1688, derrocando a Jacobo II, en tanto en Francia y España el absolutismo equiparaba al rey con el sol, aliados siempre con el papado, que terminó decretándose, modestamente, infalible.
La Nueva España se consolidó como un virreinato hermético a cualquier idea extravagante que no sintonizara con el catolicismo contra reformista. La inquisición llevó a cabo su función con esmero y eficiencia. La Iglesia se convirtió así en el cimiento de la sociedad novohispana, y posteriormente, luego de la independencia, de México. Su base religiosa y social ha sido el guadalupanismo, que nos ha guiado a sustentar la nacionalidad de todo un pueblo en una leyenda que se “cree” cierta. Este es el mejor ejemplo de la interiorización de la contra reforma, en la vida mexicana.
Por eso el latinoamericano común y más el mexicano, cree, repito, cree en milagros inverosímiles, desde una mente troquelada para creer. No ha aprendido a desarrollar el método cartesiano de la duda, ni el pensamiento científico de Galileo Galilei , Johannes Kepler y Baruch Spinoza. La contra reforma resultó profundísima y la práctica de la doctrina y sujeción al dogma, cumplieron a plenitud su función de instaurar la creencia como principio básico de nuestra sociedad.
Así fue como los mexicanos acabamos creyendo a pie juntillas lo que se nos instruía disciplinadamente en el catecismo obligatorio; entre tanto las sociedades sajonas, construidas en los moldes de la Reforma, aprendían obligatoriamente a leer, para poder revisar directamente La Biblia. Mientras la sociedad hispanoamericana escuchaba la vida de los santos, los protestantes buscaban la lectura de los científicos y filósofos del Siglo de las Luces, como David Hume, Emmanuel Kant, Isaac Newton, Jean Jaques Rousseau y los sarcásticos escritos de Voltaire.
Dentro de la cultura occidental, los sajones pensaban, mientras que los latinos continuaban inmersos en la creencia. De allí viene la diferencia cultural entre las sociedades del pensar, en oposición con las del creer. Estos factores también contribuyen a explicar la diferencia entre el desarrollo de una y otra sociedad, unos se internaron apasionadamente en la Edad de la Razón (Thomas Paine 1794), en tanto que los otros continuaron uncidos a las creencias institucionalizadas durante el Siglo III por Constantino. Una pequeña diferencia de 1700 años terminó separándolas.
Luego de este rápido repaso histórico, que espero se excuse su generalización, y por lo tanto la abreviación de detalles y matices; cedamos el paso a los argumentos que nos den la pauta para comprender a plenitud el trayecto histórico y el arribo al espacio político que deseamos analizar: la preeminencia de la creencia sobre el pensamiento.
Entendiendo que los mexicanos “creemos” más que “pensamos”, no nos disturbe pues, que el populismo haya penetrado a nuestra sociedad como cuchillo en mantequilla. No estamos acostumbrados a dudar. Nos han habituado a creer, incluso, en las más disparatadas aberraciones. Nuestro pueblo está domesticado para aceptar promesas seductoras como ciertas, sin estar demostradas. Basta el carisma personal de un político tozudo y audaz para vender esperanzas al mayoreo, que conduzcan mansamente al pueblo, a las garras populistas.
Solo así se explica que un político pueda prometer la transformación de toda una sociedad a la honestidad plena, al día siguiente de tomar posesión, y que el pueblo lo crea, votando ciegamente por él. Entendámoslo, no se trata solo de una promesa, es la certidumbre en los milagros, que ha sido cultivada por cientos de años entre nuestra sociedad. Es la aparición mesiánica y milagrosa de un personaje que transformará todo el entorno nacional. Es la certidumbre en una milagrería milenaria, que obnubila la mente, destierra la duda y elimina el hambre por la verdad.
Propongo un sencillo ejercicio para erradicar la carencia de certeza en las largas peroratas de nuestros políticos. Tomen nota, hay una trampa semántica muy perniciosa en todo esto. Identifíquenla. Traten, cuando digan “yo creo” en sustituir por “yo pienso” la idea que se intenta argumentar. Verán que el cerebro comenzará a responder, combinando ideas y juicios. El cerebro se verá obligado a activar la zona del neo córtex y sus conexiones neuronales más avanzadas, para confeccionar juicios y razones que conduzcan a la verdad.
Un país que piensa, no puede ser engañado fácilmente. Un pueblo que impone a su cerebro la práctica de pensar, antes que creer, encontrará nuevos caminos de desarrollo y la construcción de mejores gobiernos. La verdad es el antídoto del populismo. Solo así dejaremos de creerles a los mentirosos.
Excelente texto. Te felicito.