CONTRA LAS DICTADURAS PARTIDARIAS
Carlos Arce Macías
A tan solo una semana de la jornada electoral más grande de la historia mexicana, en dónde serán electos un sinnúmero de cargos entre miles de candidatos participantes, una cosa queda clara y nítida: el sistema de partidos, en México, no funciona, se encuentra atrofiado, y no produce políticos potables para la ciudadanía.
Independientemente de los resultados, habrá que iniciar una profunda recomposición de los partidos políticos. El cinismo con que la partidocracia reinante actuó, no es tolerable, porque significa la renuncia a los métodos democráticos, frente al establecimiento de un régimen autoritario deplorable. Instalar desde las jerarquías partidistas procedimientos de designación a dedo, rompe toda posibilidad de un gobierno representativo y esfuma a la democracia.
Recapacitemos, nos sobran dedos para contar a los empoderados personajes, directivos de partidos, que se han transformado en factótum para decidir todo tipo de candidaturas en juego. Eso no puede ser un designio del pueblo. Se trata de dictaduras partidistas, que al eliminar las contiendas internas dentro de sus partidos, abandonan todo atisbo de participación ciudadana para elegir a los mejores candidatos de cada formación política. Los que ganarán la contienda interna son los incondicionales del líder, los que con actitud perruna, mueven la cola y lamen la bota, los siervos de la indignidad.
El sistema de partidos es el equivalente en la vida política a la función biliar en la fisiología humana. El hígado es el filtro del cuerpo, el laboratorio interno que elimina las toxinas y almacena nutrientes previamente purificados. Expulsa las substancias malignas y permite el paso del alimento convenientemente sintetizado. Lo bueno pasa, lo malo se criba y se elimina desde el interior de esta glándula.
Pues bien, los partidos son el hígado de un sistema político, pero en nuestro país no están realizando esa función: retiene lo bueno y franquean el paso a lo malo. Los prospectos políticos positivos son frenados en las entrañas partidistas, para postular a los precandidatos mentirosos, tramposos, traicioneros y corruptos. Pocas son las excepciones.
Y es que así no se puede sostener un sistema democrático. Los partidos que deseen sobrevivir, deben realizar ajustes radicales en varios flancos, el primero consiste en abandonar el modelo de partido catch-all (atrapa todo), que lanza por la borda toda su carga ideológica para vender candidatos simpaticones, que “enganchen” con el público, proclamando irresponsablemente promesas inviables, pero que a la gente le guste oír. Lo importante es ganar la elección a cualquier costo, incluyendo la sublimación de la mentira sobre la verdad.
Otro reto es el de confrontar, en el seno partidista, la desbordada corrupción que ahoga a las formaciones políticas. No es casualidad que los partidos estén en el peor lugar de la confianza ciudadana, junto con la policía. La corrupción partidaria se bifurca en dos caminos: el inicial es la mentira. A los políticos no les importa mentir con tal de ganar un proceso electoral, un debate o la estridencia en las redes sociales. Han abandonado el sentido de responsabilidad y la obligación con la verdad. Dejan de lado la parresía, aquella obligación en la Grecia antigua, que obligaba a sus políticos a hablar apegados a la verdad. El filósofo francés Michael Foucault, la describe con su punzante pluma:
“En parresía, el hablante usa su libertad y elige la franqueza en vez de la persuasión, la verdad en vez de la falsedad o el silencio, el riesgo de la muerte en vez de la vida y la seguridad, la crítica en vez de la adulación y el deber moral en vez del auto-interés y la apatía moral”.
Quedamos, recapacitando en estas frases de Foucault, ante el big bang de la política, el origen de la actuación de un político serio, digno y responsable, sustentado en fundamentos morales. Sin estos atributos, no se puede hacer buen gobierno. Las contiendas internas quedan reducidas a compromisos de votos y respaldos mutuos entre manipuladores. Pura bazofia despreciable. Por eso es urgente implantar el método de competencia interna en los partidos, de forma obligatoria. Se trata del único camino que permitirá establecer entre los militantes virtudes cívicas importantísimas para lograr la postulación de los mejores candidatos de cada agrupación política. Los partidos políticos deben ser escuelas de ciudadanía y compromiso democrático.
El segundo camino de la corrupción es la distorsión de la función legislativa. Su deber es contrapesar al ejecutivo. Para lograrlo se debe modificar la actual actitud sumisa de los legisladores hacia el Presidente de la República. Gran parte de los diputados y senadores son cohechados a través de fondos de gestión millonarios lo que les permite obtener pingües ganancias y “moches”. Se trata de la instalación de la corrupción rampante en el Congreso, para neutralizar a la oposición y controlar al grupo parlamentario oficialista. Se necesita prohibir la gestoría a los representantes, para que se concentren en las actividades legislativas, más, cuando ya podrán optar por la reelección. Es urgente esta medida porque las directivas de los partidos, también utilizan estos perversos mecanismos para manipular a sus legisladores, contribuyendo a la instauración del liderazgo personal partidista.
Es por todo esto, que las reformas legales que constriña a los partidos a realizar elecciones primarias y la veda de la gestoría, resultan urgentes para empezar a cambiar las condiciones de zahúrda que presenta nuestro ambiente político. Que se abra el debate entre precandidatos, que se digan sus verdades, que los falsarios acaben anzueleados por sus mentiras –el pez por su boca muere-, y la parresía reine entre todos, en tanto los congresistas se dedican a legislar y exigir la rendición de cuentas de los otros Poderes. Ese sería el albor de una mejor clase política mexicana.
@carce55