Carlos Arce Macías
A partir del 20 de enero, en Estados Unidos, con la toma de posesión del nuevo presidente, se pretende cambiar una de las columnas que ha sostenido a esa nación: la inmigración. De pronto, una porción de la población votó por una opción arisca hacia los inmigrantes, que incluso presenta acendrados matices racistas. Los norteamericanos han decidido negarse a continuar sosteniendo su gran país, sobre los hombros de muchos extranjeros que deciden mudarse a vivir en el.
Uno de los principales problemas que identifican es la enorme cantidad de mexicanos y latinos que ilegalmente se han radicado en su territorio, culturizando a gran parte de su sociedad con sus usos y costumbres. Hemos vivido, en cierto modo, un expansionismo silencioso desde Latinoamérica hacia Estados Unidos.
Pero vale la pena identificar el proceso histórico que ha sufrido esa nación, en contraste con México. Su configuración territorial y su rápido crecimiento, nos proporcionan datos reveladores sobre el tema.
Nueva España hacia 1790, contaba con una población cercana a los 4 millones de habitantes, en tanto que las antiguas colonias inglesas, recientemente independizadas, contenían una masa aproximada de 3 millones de personas. Nueva España era pues, mayor en territorio y poblamiento que los Estados Unidos de América.
Para 1846, al inicio del conflicto entre las dos naciones, el antiguo reino español había perdido Texas, la cual se había separado, y contaba para entonces con 7 millones de habitantes en su territorio. Por su parte, los norteamericanos habían aumentado su población de los 3 millones iniciales a ¡15 millones! El país se comparaba demográficamente con el tamaño de España o Inglaterra en esos momentos. ¿Cómo sucedió esto?
La respuesta la da la inmigración. Una avalancha de europeos, decidieron trasladarse a la joven nación, a buscar un mejor futuro, del que les podía brindar la vieja Europa. Ingleses, irlandeses y alemanes decidieron establecerse en los nuevos territorios rumbo al oeste, que se iban abriendo a la colonización poco a poco. La dinámica expansiva fue brutal, presionando las fronteras norteamericanas hacia los territorios mexicanos limítrofes.
México a su vez, pasó de un reino español, a una convulsa república en continuas guerras internas. La población se concentró en la meseta central, la cual proporcionaba un clima templado, sin inviernos crudos ni calores extremos, ideales para el desarrollo. Casi nadie deseaba emigrar a los agrestes y desolados territorios norteños, lejanísimos de la capital del país y asediados por hostiles tribus indígenas.
Pero a ello, se agrega una situación especial, la carencia de migración, motivada por la inestabilidad política, pero también por una restricción muy importante: a diferencia de los Estados Unidos, en donde privaba la libertad religiosa, fundamentada en la variopinta conjunción de creencias que allá se profesaban, México en el artículo 3 de su texto constitucional de 1824, se determinaba como un país “perpetuamente católico”. A consecuencia de este dispositivo de la Constitución, quedaba prohibido el asentamiento de extranjeros en el territorio mexicano que no profesaran la fe católica. Así la conjunción de clima, estabilidad política y credo religioso, se conjugaron para evitar una inmigración pujante, como la que sucedía en el país del norte.
Más allá de las circunstancias bélicas de la guerra de 1846-48, el contingente poblacional, condicionó el destino de ambos países. Estados Unidos contaba con colonos para los extensísimos territorios de norteamérica, mientras México, asentado en la placidez de mesoaméricana, no contaba con pobladores para su basto territorio. La suerte estaba echada.
Estados Unidos le debe a los inmigrantes, haber podido poblar los territorios despojados a su vecino. Los alemanes fueron el principal grupo que se asentó en las extensas praderas del centro de los Estados Unidos. Dato curioso, de las poquísimas zonas pobladas por mexicanos en Nuevo México, Tejas y California, 50,000 habitantes aproximadamente, ninguno retornó a México. Todos prefirieron convertirse en ciudadanos americanos, siguiendo exactamente el mismo patrón en que se mueven los actuales migrantes, que no desean regresar a su país, sino vivir, definitivamente, con nuestros vecinos del norte.
Si la iniciativa de Cuauhtémoc Cárdenas, de reclamar ante tribunales internacionales la nulidad de los acuerdos de Guadalupe Hidalgo, en el que se acuerda el despojo de más de la mitad del territorio nacional a favor de los Estados Unidos llegara a buen fin, se enfrentaría un grave problema: los habitantes de origen mexicano de los territorios por recuperar querrían seguir perteneciendo a los Estados Unidos de Norteamérica. ¡Que paradoja!
Twitter: @carce55
Artículo publicado el 12 de marzo de 2017 en AM LEÓN.