CENA CON JAVIER CORRAL

Ayer, al final de la larga jornada de promoción de la Rebelión de las Bases, tuve la oportunidad de cenar con Javier Corral en un restaurante de cadena, en el centro comercial Altacia de la ciudad de León. Quería relajarse, tomarse una cerveza, norteño al fin, y rematar con una buena hamburguesa.
Nos conocemos de hace años. Fuimos compañeros en la LVII Legislatura Federal, que coordinó Carlos Medina. Una bancada con pocos recursos disponibles, pero en donde no se perdían 30 millones de pesos del fondo de los trabajadores, por arte de magia, como ahora pasa en la bancada panista de San Lázaro. Medina siempre fue puntual y escrupuloso en las cuentas. A su lado estaba, por cierto, Humberto Andrade.
Percibí, ya en corto y sin la presión de los excitados grupos de panistas que se empujaban por saludarlo y fotografiarse con él, a un Javier excepcionalmente seguro de sí mismo, tranquilo y dueño de la calma que da el estar del lado de la razón y la virtud.
Cuenta con el temple que brinda el actuar en congruencia, y lo comunica con su actitud invariable durante años en la política. Nuestra plática era la continuación de cualquier reunión entre amigos diputados, en el ya lejano 1997. Sigue igual, dicharachero y de buen humor.
Lo mas importante es que denota una gran seguridad en la conducción de la causa a la que nos ha convocado. Sabe que el movimiento que ha desatado, estrujando las almas, dice él, es profundo, y no terminará el 16 de agosto, porque rescatar, de manos indignas una institución como Acción Nacional, llevará un buen tiempo.
Con el cansancio a cuestas, y la seguridad de la lucha justa por delante, se dirigió, ya relajado a su hotel, el One, el más barato que encontré, me dijo, porque los fondos no abundan en una campaña genuinamente panista. Por la madrugada debía tomar el vuelo rumbo a Baja California.

Anuncio publicitario